sábado, 31 de enero de 2015

Los príncipes de Moscovia



Basilio I Dimítrievich (Василий Дмитриевич) (1371-1425), hijo mayor de Dmitri Donskói  -quien derrotó a los mongoles en la batalla de Kulikovo- y de la Gran Princesa Eudoxia, hija del Gran Príncipe Dmitri Konstantínovich de Nizhni Nóvgorod. Fue nombrado Gran Príncipe de Moscú en 1389. Tres años más tarde, se anexionó los principados de Nizhni Nóvgorod y de Múrom.

Para evitar que Rusia fuese atacada por la Horda de Oro, Basilio I entró en alianza con Lituania en 1392 y se casó con Sofía de Lituania, la única hija de Vitautas el Grande. 

En 1395 Tamerlán, como había hecho siglo y medio antes Gengis-Kan, irrumpió en tierras eslavas. Asoló las regiones del Volga, pero no consiguió penetrar en Moscú. Paradójicamente, a quien más benefició esta incursión fue a Basilio I, ya que causó un daño considerable a la Horda de Oro, que durante los próximos doce años se encontraría en un estado de anarquía. En 1408, el emir Edigú atacó el territorio ruso, incendiando Nizhny Nóvgorod, Gorodets y Rostov, pero tampoco pudo tomar Moscú. En 1412, sin embargo, Basilio se vio obligado a realizar la largamente aplazada visita de sumisión a la Horda.

La creciente influencia de Moscú en el extranjero fue subrayada por el hecho de que Basilio casó a su hija Anna con Juan VIII Palaeologus, emperador de Bizancio.

Durante su reinado, con el crecimiento de la autoridad principesca en Moscú, los poderes judiciales feudales fueron parcialmente reducidos y transferidos a los diputados de Basilio I.



Basilio II Vasílievich o Basilio II "el Ciego" (Василий Васильевич Тёмный II) (1415 - 1462) era el hijo mayor de Basilio I de Moscú y de Sofía de Lituania. Tras la muerte de su padre fue proclamado Gran Duque, a la temprana edad de 10 años, desempeñando su madre las tareas de regente. 

El largo reinado de Basilio II, de 1425 a 1462, fue azotado por la mayor guerra civil de la Historia de la antigua Rusia, aunque sí pudo ver el colapso de la Horda de Oro y su ruptura en pequeños kanatos.

En 1431 Basilio II nomina al obispo Jonás para el puesto de Metropolitano de Moscú, pero el Patriarca de Constantinopla escoge a Isidoro de Kiev para ser el nuevo Metropolitano de Kiev y de toda la Rusia. Después de que Isidoro fuera condenado por la Iglesia Ortodoxa Rusa en 1411 por su apoyo al catolicismo y a la unión entre las iglesias orientales y occidentales de acuerdo con el Concilio de Florencia-Ferrara, el trono metropolitano estuvo vacante durante siete años, y Jonás fue nombrado finalmente metropolitano el 15 de diciembre de 1448, sin el consentimiento del Patriarca de Constantinopla. Este hecho significó el establecimiento de la autocefalía en la Iglesia Ortodoxa Rusa, fortaleciendo aún más la reputación de la Rusia ortodoxa entre los estados.

Basilio II enfermó de tuberculosis. Quiso dirigir personalmente el tratamiento y recurrió a un remedio habitual por entonces: encender velas en contacto con la piel en diversas partes del cuerpo. Este proceder no sólo no mejoró la enfermedad, sino que le provocó diversas quemaduras y gangrenas, muriendo el 27 de marzo de 1462.



Iván III el Grande (Иван III Васильевич) (1440 - 1505), fue Gran Príncipe de Moscú y el protagonista del reinado más largo de la historia de Rusia. Fue el primer príncipe de Moscú que pudo proclamarse soberano de toda Rusia. Los historiadores se refieren a él como el "unificador de las tierras rusas", ya que cuadriplicó su territorio, reivindicando a Moscú como la Tercera Roma. Construyó el Kremlin de Moscú y creó instituciones para asegurar la autocracia. Consolidó la obra de sus antepasados reforzando la posición de Moscovia, uniendo los principados hasta entonces autónomos de Rusia y zafándose del yugo a que los habían sometido los mongoles durante 200 años. 
A fin de asegurar la sucesión en su hijo, Iván, su padre Basilio II, lo nombró co-regente a los seis años. Y a los doce lo casó con la princesa María de Tver, con lo que Moscovia se anexionó el territorio de mayor rivalidad desde el año 1300. Desde 1452 hasta el fallecimiento de su padre, Iván le acompaño en campañas y en negociaciones. A los 22 años Iván accedió al trono con la pretensión de unificar Rusia.

La primera república que llamó su atención fue Nóvgorod, pero ésta, consciente del poder creciente de Moscovia, se alió con Polonia. Esgrimiendo tal alianza como pretexto para lanzar una guerra, Iván invadió Novgorod en 1470, y tras años de represión, la república de Nóvgorod finalmente aceptó a Iván como su regente autocrático en 1477. Con el tiempo, otros principados fueron cayendo en manos de Iván III, ya fuera mediante conquistas o por medios diplomáticos ocupando todo el norte de Rusia, desde Laponia hasta los montes Urales. Centralizó la administración y repartió parte de las tierras de la nobleza entre sus soldados, obteniendo así un fuerte apoyo militar.

En la segunda mitad del siglo XV la Horda de Oro estaba sumida en una guerra civil que dio lugar a la aparición de cinco kanatos distintos, mucho más débiles que el estado ruso de Moscovia, Los moscovitas exigieron a Iván que emprendiera medidas para derrotar a los mongoles, y el príncipe se preparó para conducir a su ejército a la lucha contra el kan. Las tropas rivales se encontraron a orillas del río Ugra, pero la batalla no dio comienzo de inmediato, pues ambos ejércitos aguardaban la llegada de refuerzos. Los de Iván llegaron, pero no así los del kanato y, tras varias semanas de pulso en medio del gélido invierno, las tropas del kan se batieron en retirada. Aquel fue el primero de una serie de desastres para los mongoles que desembocaría en la desintegración de la Horda de Oro. Varios meses después, el kan fue asesinado por un rival y el poder mongol sufrió un nuevo varapalo. En 1480 Iván III se negó a pagar más impuestos al kanato de la Gran Horda, el más importante surgido de la división de la Horda de Oro.

Fallecida su primera esposa María de Tver, Iván se casó en 1472 con Zoé (Sofía), sobrina del último emperador bizantino, Constantino XI Paleólogo, protector de la Iglesia ortodoxa. En 1497 Iván III añadió el águila de dos cabezas del escudo bizantino a su propio escudo de armas y permaneció como el emblema de la Santa Rusia. Iván III empezó a considerarse zar (que deriva del latín Caesar) de un régimen autocrático, más que como cabeza de la nobleza. Rey absolutista respetó, sin embargo, el poder de los boyardos.

También en ese mismo año Iván III promulgó el primer código legal moscovita, Sudebnik. La nueva posición política de Moscovia dio lugar a que se considerase Moscú como la Tercera Roma (tras las caídas de Roma y de Constantinopla). 

Desde el siglo IX, la fortaleza del Kremlin se alzaba en la colina de Borovitsky, en Moscú. Durante su reinado, Iván III mandó rediseñar el complejo y reconstruirlo para demostrar el poder y la superioridad de los moscovitas, convertidos en el centro de una nueva Rusia unificada. Iván III mandó venir a constructores y arquitectos de Italia para diseñar los palacios y las catedrales de su «nuevo» Kremlin, pero éstos, respetuosos con su ubicación, optaron por construir edificios de estilo ruso, no italiano.

En la década de 1470, Iván III mandó construir la catedral de la Asunción, que acogería la sede de la Iglesia ortodoxa rusa y las futuras coronaciones, asambleas y ceremonias de Estado. Encargó el diseño de la catedral al arquitecto italiano Fioravanti, quien viajó por toda Rusia para imbuirse de la esencia del diseño eclesiástico propio del país. Cuando cuatro años después concluyó su obra, Iván el Grande estaba tan complacido con el resultado que ordenó encarcelar a Fioravanti para impedirle que abandonara Rusia, y el arquitecto murió en cautividad. 

Fue precisamente en la escalinata de la catedral de la Asunción donde Iván el Grande rasgó el fuero que vinculaba a los príncipes rusos con la Horda de Oro. Asimismo encargó erigir la catedral del Arcángel San Miguel, el lugar donde reposarían los restos de los gobernantes rusos durante muchos años, y la catedral de la Anunciación, con su cúpula dorada.

La residencia de Iván III se estableció en el palacio de Terem. Además, el soberano mandó construir la Cámara Facetada para celebrar las audiencias de la Corte en una magnífica sala del trono, así como para entretener a sus súbditos con impresionantes fiestas y celebraciones. Los emperadores y las emperatrices que lo sucederían al trono irían añadiendo nuevos edificios al complejo, entre ellos el enorme campanario dorado dedicado a Iván el Grande.



MAG/31.01.2015







jueves, 29 de enero de 2015

Los pintores más destacados en la iconografía rusa


Tras la adopción del Cristianismo, las primeras escuelas de pintura en la Rus de Kíev surgen en los principados de Vladímir-Súzdal y Nóvgorod.

La segunda mitad del s. XIV y los comienzos del s. XV son conocidos como el Siglo de Oro de la pintura mural. Destacan en la pintura medieval de iconos los maestros Teófanes el Griego y su discípulo Andréi Rubliov. 

Teófanes el Griego, (1350 - 1410), nació en Constantinopla. En 1370 se trasladó a Novgorod, y en 1395 a Moscú. Su estilo es considerado insuperable expresivamente en pinturas monocromas. Algunos de sus contemporáneos decían que «parecía pintar con una escoba» por la ejecución tosca, definida y remarcada de sus frescos más preciados, únicos en la tradición bizantina.

El mejor ejemplo de su arte puede verse en su icono de la Transfiguración de Jesús donde la llamativa geometría y brillo de la figura de Cristo se contrapone a la ordenada confusión de apóstoles sobre el pasaje terreno, arrojados como muñecos en las estribaciones del Monte Tabor. El balance armónico de las proporciones y las formas evocan una espiritualidad muy poderosa y transmiten la genialidad de este pintor.



Este icono de la Transfiguración expresa a los hombres la transformación de la materia en luz. En el Monte Tabor, Cristo se transfiguró como manifestación del esplendor de Dios, de su gloria, de su divinidad y eternidad. Este icono, por tanto, es una representación de la no representación. Se detiene en mostrarnos la belleza de la imagen para representar lo invisible. Utiliza materias primas, medios físicos, materiales e inteligencia humana para expresar lo que está fuera de la física, de la materia y del conocimiento. 

Un icono no se mira, se contempla. La inteligencia es elevada al conocimiento de Dios (teognosia). Los santos Padres han hablado de los tres grados del conocimiento de Dios: primero, la luz, porque uno que está en la oscuridad y recibe la fe, empieza a ver. En segundo lugar, la nube, porque a medida que se acerca a Dios comprende que sus sentidos y su inteligencia poco pueden ayudarle a penetrar lo incognoscible y lo invisible y, entonces, es el Espíritu el que sí permite penetrar hacia el interior, pero con un conocimiento velado como en una nube. En tercer y último lugar, la tiniebla, ya que  los místicos y santos, que han penetrado esta barrera y han experimentado la presencia de Dios, hablan de esa visión como una tiniebla luminosa, la oscuridad de la fe frente a la presencia de Dios, un no ver para ver a Dios, porque Él trasciende toda imagen y su esencia penetra en aquéllos cuya existencia está oculta con Cristo en Dios. Este es el sentido de los tres círculos que rodean a Cristo transfigurado, es decir, los tres grados de conocimiento: luz, nube y tiniebla. La estrella de seis puntas así concebida, también llamada Sello de Salomón, simboliza la unión del espíritu y de la materia, de los principios activo y pasivo.

A los lados de Cristo aparece Moisés a su izquierda y Elías a su derecha. Moisés, con la barba corta y rasgos de madurez, no ha envejecido: conserva inmutable su belleza porque fue hombre de oración y vio el rostro de Dios. Sobre sus manos sostiene la piedra escrita con la Ley. Su postura reverencial es la del contemplativo que alza las manos, al tiempo que se recoge en su interior. Levanta la piedra, infunde el espíritu a la letra, cuyo peso de otra forma la haría caer por el peso de la interpretación judaica. Elías, por el contrario, sí aparece anciano, con la barba y el cabello largo, porque es el profeta por excelencia. Señala a Cristo con su mano derecha porque Él es el objeto de todas las profecías, el resumen de la esperanza mesiánica cumplida. Sobre ellos, remarcados entre nubes que representan otra dimensión del cielo, el empíreo o lugar de las criaturas espirituales, aparecen sendas figuras de ángeles, aquellos que les condujeron a sus moradas celestes, según una tradición que sostenía que ambos no murieron sino que fueron llevados o arrebatados al Paraíso.

La parte inferior se reserva para representar a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan que caen por tierra en posturas extravagantes y retorcidas, manifestando la imposibilidad de resistir la luz de la visión.



Teófanes decoró más de cuarenta iglesias en Constantinopla y en la Rus. Se le atribuye el célebre icono La Virgen del Don.

Andréi Rubliov (Андрей Рублёв) (1360 – 1430) fue un religioso y pintor ruso medieval. Es considerado como el más grande iconógrafo de Rusia. Fue canonizado por la iglesia ortodoxa rusa en 1988. En 1959 se abrió en Moscú el Museo Andréi Rubliov en el Monasterio Andrónikov, mostrando su trabajo. En 1966, Andréi Tarkovski realizó una película basada en su vida.

Inicialmente Rubliov fue asistente de Teófanes el Griego; si la obra de Rubliov se mantiene dentro de la tradición bizantina también es cierto que se libera del excesivo hieratismo canónico del arte tradicional bizantino. Innova al introducir flexibilidad en las figuraciones y una expresión más humana y dulce en las actitudes y, especialmente, en los rostros.

El celebérrimo ícono de "La Trinidad" es la obra más famosa de Rubliov, pintada probablemente entre 1422 y 1428 para la catedral del monasterio de la Trinidad y San Sergio. Rubliov representó a tres ángeles que, según el relato bíblico, fue la forma que tomó Dios para aparecer ante Abraham y Sara en Mambré.


El personaje central destaca por su posición, y por el intenso rojo de su túnica que contrasta fuertemente con el azul del manto. Viene de un largo camino, por eso el cuello de su túnica está ligeramente descolocado, una estola dorada cae sobre su hombro derecho. Está mirando hacia su derecha, al segundo ángel, vestido con una túnica azul casi totalmente cubierta por un manto semitransparente. Está como recibiendo al recién llegado, su postura es de reposo. A la derecha tenemos al tercer ángel, cortado por el bastón que sostiene con la mano izquierda. La mano derecha casi parece apoyarse en la mesa como para levantarse. La túnica es azul, como en el caso del personaje de la izquierda, pero el manto es de un verde igual al del suelo sobre el que se apoyan los bancos en que están sentados los tres.

El azul de las túnicas representa la divinidad de los tres personajes, iguales y distintos a la vez. Es el Dios oculto que parece trasparentarse en el manto del Padre, el Dios que muestra el misterio de su amor hasta la muerte en el rojo del Hijo y el Dios que da vida a toda la creación en el verde que el Espíritu Santo comparte con el suelo.

En la parte superior vemos una casa, un árbol y una montaña. Son signos de las grandes realidades religiosas del Antiguo y del Nuevo Testamento. La casa es el lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo (el Templo en el Antiguo Testamento y Jesús en el Nuevo), el árbol es el lugar de la prueba (la que vence al hombre en el árbol del bien y del mal del que come Adán y en la que el hombre sale vencedor en el árbol de la cruz) la montaña, es el lugar de la ley (la que dio Moisés en el Sinaí y la nueva ley de Jesús en el sermón del monte).

Un circulo exterior enmarca a los tres personajes, y un círculo interior reitera y profundiza el movimiento circular de la imagen. La mirada de quien contempla la escena es conducida de un personaje a otro en un camino infinito. Es la vida del Dios trino que se pone ante nuestros ojos. Dios no es un puro permanecer en sí mismo, un absoluto quieto y muerto, sino que el ser de Dios es un permanente salir de sí una dinámica eterna de donación y comunión en la que nos va introduciendo la ‘circularidad’ del cuadro.

Hay como dos centros, por una parte la copa, que representa la Eucaristía, por otra parte el pecho del personaje central: el Hijo. A través del amor de Cristo, que se nos ofrece en la Eucaristía, se realiza la nueva creación, el nuevo tiempo de la salvación que es apertura a la eternidad de Dios. Compartir la copa eucarística es adentrarse en el misterio del amor que mana del pecho de Cristo.

Esta unión entre la Eucaristía y Cristo queda realzada por la copa que forman las siluetas de los personajes laterales, reproducción de la copa central. Esta segunda copa, resultado de la conjunción de la obra del Padre y del Espíritu que sostiene al Hijo, manifiesta el contenido de la copa central: Jesucristo, el salvador que viene de un largo camino de muerte, simbolizado por el cuello descolocado de su túnica, pero también de resurrección y gloria que se muestran en la estola dorada que luce. La invitación de Dios en la Eucaristía es una invitación a hacernos hijos en el Hijo, no sólo compartimos la copa, sino que nos hacemos parte de ella, el sacrificio y el triunfo de Cristo son también nuestro sacrificio y nuestro triunfo

La presentación de la Eucaristía no se realiza simplemente como algo externo, sino que se nos invita a participar de ella, a entrar dentro de la mesa: el Hijo parece que se adelanta a llamarnos a ella.

 Situados en el interior de esta mesa eucarística podemos asistir a la relación entre las tres personas divinas, es una relación doble que se establece a través de las miradas y de las manos. Las miradas representan la relación interna de las tres divinas personas, las manos su participación en la historia de la salvación. Hay un cruce de miradas entre el Padre y el Hijo, y en el centro de este cruce se introduce la mirada del Espíritu Santo: es la vida interna de la Trinidad de Dios, continua generación de amor entre el Padre y el Hijo y continua presencia de amor recogido en el Espíritu. Y este amor divino no está destinado a permanecer encerrado en Dios, al contrario, se derrama en el mundo, la mano del Padre envía al Hijo que con la suya, al mismo tiempo que bendice la copa eucarística, señala al Espíritu en quien se recoge toda bendición para la salvación del mundo.

Si finalmente nos fijamos en los bastones nos daremos cuenta de que, al mismo tiempo que señalan los espacios de las tres divinas personas, entre el segundo y el tercero enmarcan el pie del Espíritu Santo. Es Dios que está a punto de levantarse y salir a nuestro encuentro.

La paleta de Rubliov logró unir la fuerza contenida de la gama de colores del icono con los matices apenas perceptibles de las tonalidades claras y luminosas, que parecen emitir una luz dulce. La composición del cuadro se basa en la sucesión rítmica de las líneas curvas que dan la idea de un círculo; las ligeras figuras alargadas de los ángeles hacen juego con los contornos del cáliz y de la colina, del árbol y del edificio.

La belleza y armonía del icono, ejecutado con sorprendente inspiración y maestría sirvieron de modelo excelso a los creadores artísticos rusos de épocas posteriores.


Dionisio el Sabio (Дионисий) (ca.1440 - 1502) fue un pintor de iconos ruso, reconocido como la cabeza de la escuela moscovita de pintores de iconos a caballo entre los siglos XV y XVI. Su estilo de pinturas es llamado en ocasiones «el manierismo moscovita».

El primer encargo importante de Dionisio fue una serie de iconos para la Catedral de la Dormición en el Kremlin de Moscú, ejecutada en 1481. Las figuras en sus iconos están afamadamente alargadas, las manos y los pies son diminutos, y las caras serenas y pacíficas. Entre sus muy ricos y notables patronos, Iósif de Volokolamsk solo le encargó que pintase más de 80 iconos, principalmente para los claustros del Monasterio Iósifo-Volokolamski y Monasterio Pavlo-Obnorski.


La obra más amplia y mejor conservada de Dionisio es la monumental pintura al fresco de la Catedral de la Natividad de la Virgen en el Monasterio de Ferapóntov (1495-96). Los frescos, representando escenas de la vida de la Virgen María en colores singularmente puros y amables, están impregnados con un ambiente solemne y de gala.


Mijaíl Vasílievich Nésterov ( Михаи́л Васи́льевич Не́стеров) nació en Ufá, Rusia, el 31 de mayo de 1862. Es el representante más importante del Simbolismo religioso ruso, movimiento que él inició. 

“La visión del joven Bartolomé”, pintada entre 1890 y 1891, está considerada como su obra maestra. En ella se representa  la conversión de Sergio de Rádonezh. 


En la década de 1880 se unió a un grupo de realistas rusos: “los Peredvízhniki”.

De 1890 a 1910, residió en Kiev y en San Petersburgo. Pintó varios frescos en la Catedral de San Vladímir de Kiev y en la Iglesia del Salvador de la Sangre Derramada de San Petersburgo.

En 1910 se trasladó a Moscú, donde vivió el resto de su vida, trabajando para el Convento de Marta y María (Marfo-Mariinsky). Fiel devoto de la Iglesia Ortodoxa, no apoyó ni simpatizó con la Revolución de Octubre de 1917, pero permaneció en la Unión Soviética hasta su muerte. Fue además un magnifico retratista y paisajista. Murió en Moscú el 18 de octubre de 1942.



MAG/29.01.2015


domingo, 18 de enero de 2015

Aleksandr Nevsky, guerrero, diplomático y santo




San Aleksandr Nevsky (Алекса́ндр Не́вский) nació en Pereslavl-Zalessky el 30 de mayo de 1220, hijo del Gran Príncipe de Novgorod y Vladimir, Yaroslav Vsevolodovich. Vivió en los tiempos más azarosos de la historia de su pueblo y, gracias a su habilidad en las negociaciones con los mongoles de la Horda de Oro y sus victorias contra suecos y teutones, es considerado como el héroe medieval ruso. 

Aleksandr apenas contaba tres años cuando su padre fue elegido príncipe de Novgorod, donde las disputas eran constantes entre los ricos comerciantes y los gremios de artesanos, entre los nobles y el príncipe. Cuando su padre, en 1236, se convirtió por derecho de sucesión en gran príncipe de la Rus de Kiev, a Aleksandr se le asignó el feudo de Novgorod.

Al año siguiente se produjo la gran invasión de los mongoles en Rusia y fue sólo por un milagro que las hordas bárbaras se detuvieran ante las murallas de Novgorod en marzo de 1238, regresando a las estepas. 

Con el fin de obtener la posesión de los territorios de Rusia, que no habían caído bajo el dominio de los tártaros y cortar así la única salida de Novgorod al mar Báltico, el rey Erik de Suecia reunió un gran ejército y lo puso bajo el mando de su yerno Birger. El rey sueco se consideraba amparado por una bula del Papa Gregorio IX, dirigida en 1237 al obispo de Upsala, convocando a los suecos a una cruzada contra los finlandeses que habían abandonado su fe católica bajo la influencia de sus vecinos (los rusos).

Pelguse, el cacique de una tribu local, converso al cristianismo ortodoxo, advirtió a Aleksandr del desembarco de los suecos en las orillas del río Neva, a donde se dirigieron las tropas de Aleksandr a través de tierras pantanosas. Cuando alcanzaron unas horas antes de amanecer las orillas del Neva, éste aún estaba envuelto en niebla, en medio de la cual pudieron ver un barco ascendiendo lentamente por el río, y a bordo los santos príncipes mártires Boris y Gleb, que con sus remeros celestes,  venían en ayuda de su “hermano Alexander”.

La batalla tuvo lugar a la salida del sol y cogió a los suecos desprevenidos pues estaban convencidos de que las fuerzas de Novgorod, diezmadas por los mongoles, no estarían en condiciones de ofrecerles resistencia. Birger se instaló en una tienda bordada de oro al igual que muchos de sus caballeros, pero el grueso de las tropas no había desembarcado todavía. Los rusos llevaron a cabo sus ataques con rapidez. Aleksandr en persona hirió a Birger con un golpe de lanza, mientras sus guerreros cortaban las amarras que unían los barcos a la orilla del río. El pánico se apoderó de los suecos y la batalla terminó con su huida en total desbandada. A partir de esta primera victoria sobre los suecos, alcanzada en 1240 en el río Neva, Aleksandr ha pasado a la Historia como Nevsky (el del Neva).



El 5 de abril de 1242 Aleksandr infligió en el lago Chudskoye una aplastante derrota a los caballeros de la orden teutónica, que actuaban en concierto con los suecos. Los teutones, con corazas de acero, avanzaron en cuña mientras los rusos se retiraban hacia el lago helado, atacando al enemigo en dos flancos,  derribando a cientos de caballeros y poniendo en fuga a los otros. 

Todavía las fronteras occidentales de Novgorod sufrían hostigamientos de los lituanos, que practicaban una especie de guerra de guerrillas. Aleksandr destruyó, uno tras otro, siete de los destacamentos lituanos, utilizando, en una guerra defensiva, sus tácticas de ataque relámpago. A partir de 1245, Lituania dejó de molestar a sus vecinos.

Pero después de 1246, nuevas empresas habían ocupado su atención. El segundo período de su vida estaba empezando; a partir de ahora sus ojos se volvieron hacia el este.

Su padre, el gran príncipe Yaroslav, acababa de morir en su camino de regreso de un viaje a Karakorum , donde había sido convocado por el Gran Khan y presumiblemente envenenado, según la afirmación de los cronistas rusos. La cuestión de la sucesión no podría ser resuelta al margen de los dirigentes tártaros, que convocaron a Aleksandr, junto con su hermano Andrés, a comparecer ante los señores asiáticos.

Aleksandr se enfrentaba ahora a un gran dilema. ¿Iba el conquistador de los suecos y los teutones, el héroe del río Neva y del lago Chudskoye a adoptar la actitud de un humilde vasallo, reconociendo la pérdida de la independencia rusa, así como ultrajar la muerte bajo tortura sufrida por algunos de sus compañeros?. Aleksander decidió que el catolicismo era una afrenta mayor a la identidad cultural rusa que pagar tributos al Khan, que no tenía interés en la religión y culturas rusas. El metropolita Kiril dio su visto bueno a la decisión de postrarse ante el Khan, con la condición de que no adorara a los ídolos ni negara su fe en Cristo.

De hecho la colaboración temporal con los tártaros fue una necesidad histórica, puesto que, frente a la actitud hostil de los países vecinos, Aleksandr no podía contar con ninguna ayuda del exterior y el número de sus propios guerreros, suficiente para enfrentarse a enemigos tan valientes como los suecos o los teutones, era insignificante cuando se enfrentaban a los hordas de los nómadas que lo arrasaban todo a su paso a medida que avanzaban con decenas de miles de personas.

Los mongoles, impresionados por la conducta de un hombre cuya reputación les había llegado de antemano, le concedieron los honores debidos a su rango y le evitaron el sufrimiento del fuego y la adoración de los ídolos. Sin embargo, le obligaron a llevar a cabo un viaje interminable por el Karakorum hacia los desiertos de Asia y sólo le permitieron regresar a su tierra nativa tras tres años de ausencia.

Muerto su hermano mayor y desaparecido su segundo hermano, Andrés, Aleksandr se convirtió en el gran príncipe de Rusia. Su preocupación se centraba ahora en evitar más invasiones, inspirándole al Gran Khan gran confianza y sirviendo como intermediario entre él y el pueblo ruso. Esta misión no resultó fácil a causa de nuevos ataques de Suecia, contra la cual, en 1258, Aleksandr se vio obligado a emprender una nueva campaña, que al igual que la primera resultó victoriosa para sus tropas. 

Aleksandr concertó un matrimonio entre su hijo Vasily y Cristina, hija del rey de Noruega con la esperanza de contrarrestar así el poder de los suecos. Sin embargo el compromiso se rompió debido a las alianzas castellanas y noruegas dentro del Sacro Imperio Romano Germánico y el 31 de marzo de 1258 se celebró en la Colegiata de Santa María de Valladolid el matrimonio de la princesa Cristina de Noruega con el aspirante al Sacro Imperio Romano Germánico, el infante Felipe de Castilla, hermano del rey Alfonso X de Castilla, el Sabio.

En 1259 se desencadenaron una serie de disturbios de Novgorod que los tártaros pretendían sofocar con un ejemplar derramamiento de sangre, que Aleksander pudo evitar presentándose  a la cabeza de un destacamento armado y repartiendo regalos entre los tártaros.

Más tarde Aleksandr se estableció en Vladimir, repoblando las aldeas desiertas, reconstruyendo iglesias y monasterios y reabriendo los tribunales de justicia. 

Las exacciones de los tártaros provocaron de nuevo un alzamiento popular y Aleksandr emprendió su cuarto viaje al cuartel general de los tártaros con el fin de protegerse de una expedición punitiva. Durante todo un año se hizo lo posible para pacificar al Gran Khan y a sus secuaces, e incluso logró disuadir a los tártaros de su plan para alzar a las tropas rusas en una guerra contra Persia. Pero llegó al límite de sus fuerzas. En el viaje de regreso de Sarai, la capital de la Horda de Oro, a través de caminos dificultosos por la lluvia de otoño, murió en un monasterio en noviembre de 1263. Antes de su último aliento renunció a su rango y a la gloria de este mundo con el fin de revestir el hábito de monje.

“El sol se ha puesto sobre la ciudad de Suzdal”, exclamó el metropolita Kiril al anunciar la muerte de su líder, consternando así al pueblo. El funeral de Aleksandr tuvo lugar con una gran solemnidad. Posteriormente se produjeron numerosos milagros en su tumba. Fue canonizado localmente en 1380, y por toda la Iglesia Rusa, en el concilio de 1547. Cinco siglos después de su muerte, tras la victoria de su guerra contra Suecia, Pedro el Grande hizo que las reliquias de San Aleksandr Nevsky se trasladaran a la nueva capital, San Petersburgo, donde se encuentran hoy en la Laura que lleva su santo nombre.

Es a San Aleksandr Nevsky a quienes los rusos están acostumbrados a ofrecer sus oraciones en momentos en que sobrevienen grandes desgracias sobre la nación y se amenaza su existencia. Aleksandr es venerado como un santo sin haber sido un ermitaño, un asceta o un mártir. “Dios ha glorificado a su justo siervo”, escribe el cronista, “porque ha trabajado mucho por la tierra de Rusia y por el cristianismo ortodoxo”.

En el mundo existen veinte catedrales dedicadas a San Aleksandr Nevsky. La mayor en Sofía (Bulgaria). 

La zarina Catalina I instituyó la Orden de San Aleksandr Nevsky como una de las más altas condecoraciones del Imperio ruso y por su parte las autoridades soviéticas crearon en 1942 la Orden de Aleksandr Nevsky rememorando sus victorias contra los alemanes. En 1938 los soviets encargaron al realizador Sergei Eisenstein la producción de un film épico, con música de Prokofiev, sobre la vida de Aleksandr Nevsky, con este título.



Las victorias militares de Aleksander Nevsky en Occidente y su diplomacia en Oriente mantuvieron a Rusia libre de la dominación extranjera.




MAG/19.01.2015

domingo, 11 de enero de 2015

San Sergio de Rádonezh y San Nilo de Sora


Un stárets (стáрец), en plural startsy (стáрцы), es una persona que desempeña su función como consejero y maestro en monasterios ortodoxos. Los startsy son guías espirituales cuya sabiduría se fundamenta tanto en la experiencia, como en la intuición. Se cree que a través de la práctica del ascetismo y una vida virtuosa, el Espíritu Santo concede dones especiales a los startsy, tales como curar, profetizar y proporcionar una guía y dirección espiritual efectiva. Los startsy son considerados por los creyentes como un ejemplo de santa virtud, fe incondicional y paz espiritual.

La institución se remonta a los comienzos del Cristianismo monástico a principios del siglo IV. El término griego original geron fue traducido al ruso como stárets, del adjetivo eslavo “viejo”. Los startsy desaparecieron de Rusia tras la Caída de Constantinopla y con la interrupción de las relaciones seculares con Oriente. Su restablecimiento en Rusia se produjo en el siglo XVIII gracias al impulso del stárets Paísio Velichkovsky

Escritores como Nikolái Gógol, Alekséi Jomyakov, León Tolstói y Konstantín Leóntyev pidieron consejos de startsy del monasterio Óptina Pústyñ cerca de Kozelsk. El personaje Zosima (Зосима) en Los hermanos Karamázov de Fiódor Dostoyevski, se inspirado en los startsy.

Sergio de Rádonezh y Nilo de Sora fueron dos de los más venerados startsy de la vieja Moscovia.

Sergio de Rádonezh (Сергий Радонежский) fue el más importante reformador monástico de la Rusia medieval. Fundó la Laura consagrada a la Santísima Trinidad.

San Sergio nació en 1314 en el seno de una familia de nobles piadosos de la región de Rostov y fue bautizado con el nombre de Bartolomé.

Desde muy niño se notaba su afán ardiente de una vida ascética. A la edad de 23 años y después de la muerte de sus padres, junto con su hermano mayor Esteban, se alejó de la casa paterna a un bosque en los alrededores de Rádonezh en busca de una existencia solitaria. Allí  levantó una celda junto a una pequeña iglesia construida, también, por las manos del Santo en honor de la Santísima Trinidad. Este fue el inicio del monasterio que, al pasar de las épocas, se convirtió en el más célebre y más importante en toda Rusia.

La vida en el bosque deshabitado no era nada fácil. Esteban no soportó las excesivas privaciones y poco después se fue a Moscú. Bartolomé se quedó solo en la ermita encomendándose a Dios en abstinencia, oración y vigilia. Al hacerse fraile tomó el nombre de Sergio, y su vida modesta y austera atrajo a otros monjes deseosos de imitarle. Los campesinos, por su parte, empezaron a asentarse cerca del monasterio, huyendo así del yugo impuesto por los mongoles.

Cediendo a los ruegos de los frailes, San Sergio fue nombrado superior del monasterio, como ejemplo de humildad y paciencia y, según su hagiógrafo, llegó a hacer milagros, lo que extendió su fama por toda Rusia.

En 1380 el príncipe de Moscú Dmitri acudió al monasterio y solicitó de San Sergio la bendición para un combate decisivo en Kulikovo contra los mongoles. Gracias a ella y a las constantes oraciones de los monjes de la Laura de la Santísima Trinidad, los rusos al mando del gran príncipe de Moscú, Dmitri, vencieron a los tártaros y mongoles de la Horda de Oro. Esta victoria es considerada como el inicio del fin del dominio mongol sobre Rusia. Los rusos fueron a la batalla de Kulikovo como ciudadanos de varios principados y volvieron como una nación rusa unida.

San Sergio murió el 25 de septiembre de 1392.

Nil Sorsky (Нил Сорский) o San Nilo de Sora, nacido en 1433 como Nikolai Maikov, fue el stárets  más respetado de la Trans-Volga. Estos startsy  buscaban la perfección moral mediante el estudio de las Escrituras. Conscientes de que debían trasladar sus conocimientos a todos, los difundieron de forma vigorosa en el rechazo al formalismo y en la defensa de la vida espiritual. 

En el Sínodo de 1503 Nil Sorsky se posicionó en contra los derechos de propiedad de la tierra monásticas. Argumentó que, comprendiendo en esos momentos las  propiedades monásticas alrededor de un tercio del territorio del Estado ruso, provocaban la desmoralización de las comunidades monásticas, ya que de esta forma los monasterios quedaban sometidos al poder, privándolos de la necesaria independencia en los conflictos con aquél, impidiéndoles además denunciar y frenar la violencia. Estimaba que las riquezas deben destinarse a los pobres y no para el ornato  de las iglesias. Entendía que los ritos suntuarios no tenían cabida en la vida religiosa. Los monasterios de los startsy  del Trans-Volga se diferenciaban totalmente por su aspecto humilde de los seguidores, mayoritarios en la Iglesia rusa, de Iosif Volotski (Ио́сиф Во́лоцкий), los ‘poseedores’, frente a los seguidores de Nilo de Sora, conocidos como los ‘no-poseedores’.

Nilo de Sora viajó a Tierra Santa y visitó Palestina, Constantinopla y el Monte Athos, donde conoció e introdujo en Rusia la doctrina mística del hesicasmo o búsqueda de la paz interior en unión mística con Dios y en armonía con la creación. Las tres características fundamentales del hesicasmo son: la soledad, como medio de huir del mundo; el silencio, para obtener la revelación del futuro y del mundo ultra-terreno; y la quietud, para conseguir el control de los pensamientos, la ausencia de preocupaciones y la sobriedad. El hesicasmo cayó en el olvido a la muerte en 1508 de Nilo de Sora, pero  fue recuperado por Paísio Velichkovsky (1722-94) que tradujo al ruso la Filocalia, libro que recoge los textos hesicastos que guiaron a los solitarios y místicos del siglo XIX en Rusia, como el peregrino ruso, protagonista del librito titulado en francés Récits d’un pèlerin russe (ISBN 2-02-036214-7).



MAG/11.01.2015

sábado, 3 de enero de 2015

Temujin / Gengis Kan


Temujin, quien estaba llamado a forjar el más vasto imperio que ha conocido la humanidad nació en 1162, Año del Caballo, en las desoladas estepas de Mongolia, allí donde el frío y el viento hacen a los hombres duros como el diamante, insensibles como las piedras y tenaces como la hierba áspera que crece bajo la nieve helada. El niño tenía en la muñeca una mancha encarnada, por lo que el chamán pronosticó que sería un famoso guerrero.

Yesugei, padre de Temujin, miembro del clan real borjigin, que había dominado la Mongolia oriental hasta que fue prácticamente aniquilada por los tártaros a mediados del siglo XII, fue elegido como jefe de las tribus del suroeste del lago Baikal, logrando reunir bajo a su mando a unas cuarenta mil tiendas.

Temujin tenía nueve años cuando su padre, según la costumbre mongola, lo llevó consigo en una larga marcha para buscarle esposa. Atravesaron las vastas estepas y el desierto de Gobi, y llegaron a la región donde vivían los chungiratos, lindando con la muralla china. Allí encontraron a Burte, una niña de su edad que, según la tradición, sería «la esposa madre que le fue entregada por su noble padre».

El destino de Temujin sufrió un grave revés cuando Yesugei, su padre, murió envenenado por los tártaros. Tenía entonces trece años y tuvo que asistir a la ruina de los suyos, ya que las tribus que se habían reunido alrededor de su padre comenzaron a desertar, pues no querían prestar obediencia a una mujer ni a un muchacho. Pronto la madre de Temujin, la favorita Oelon-Eke, se vio sola con sus hijos. Tenían que reunir ellos mismos el mermado rebaño que les quedaba, y comer pescado y raíces en lugar de la dieta habitual de carnero y leche de yegua.

La situación se agravó aún más cuando la familia se vio atacada por el jefe de la tribu de los taieschutos, Tartugai, quien le condujo a su campamento amordazado por un pesado yugo de madera al cuello y vendado por las muñecas para ser vendido como esclavo. Temujin pudo liberarse una noche: derribó a su guardián y le aplastó el cráneo con el yugo, y se escondió en el cauce seco de un arroyo del que no salió hasta el amanecer. Después de convencer a un cazador errante para que le liberase del yugo y le ocultase por un tiempo prudente, Temujin pudo regresar a su campamento. Esta hazaña le dio gran fama entre los demás clanes, y de todas partes comenzaron a llegar jóvenes mongoles para unirse a él.

El joven Temujin encontró refugio entre la tribu de los keraitos, un pueblo turcomongol que contaba con muchos cristianos nestorianos y musulmanes. El jefe de los keraitos, Toghrul, puso a su disposición una tropa numerosa para atacar a los merkitas, tribu del norte de Mongolia, en castigo por haber raptado a Burte, mujer de Temujin. Tras vencer a los merkitas, Temujin ya no se encontró solo: tribus enteras se unieron a él. Su campamento crecía día a día y a su alrededor se forjaban ambiciosos planes, como el de hacer la guerra a Tartugai. En 1188 logró reunir un ejército de 13.000 hombres para enfrentarse a los 30.000 guerreros de Tartugai, y los derrotó cómodamente, señalando así el que sería su destino: luchar siempre contra enemigos muy superiores en número y vencerlos.

Dueño y señor de la estepa, Temujin vuelve a establecerse en los territorios de su familia, donde todas las tribus que a la muerte de su padre le habían abandonado lo reconocen ahora como único jefe legítimo proclamándolo Gengis Kan (Príncipe Universal) en una gran asamblea de príncipes mongoles a orillas del río Onón en 1206, Año de la Pantera.  A su lado, en la ceremonia de coronación, estaban su esposa Burte y los cuatro hijos varones que habla tenido con ella: Yuci, Yagatay, Ogodei y Tuli. 

Tras haber unificado las tribus mongolas y turcomongolas del Gobi bajo su mando y reorganizado su ejército según la división decimal de unidades de combate, consideró llegado el momento de acometer su empresa más ambiciosa: la conquista del mundo. Los pueblos que no se le sometían eran derrotados en el campo de batalla y empujados hacia la selva o los desiertos, y sus propiedades repartidas a manos de los vencedores. Así la fama de los mongoles eclipsó la de todas las demás tribus, expandiéndose hasta los confines de las estepas. 

Con los suyos, Temujin era también inexorable y despiadado como la estepa y su terrible clima. Invariablemente mataba a cuantos pretendían compartir con él el poder o simplemente le desobedecían.Tal fue el caso de Jamuka, su primo y compañero de juegos en la infancia, con quien había compartido el lecho en los días de adversidad y repartido fraternalmente los escasos alimentos de que disponían. Disconforme con su papel de subordinado, Jamuka le plantó cara proclamando que en la Tierra sólo existe un Sol y, tras diversas escaramuzas, se refugió en las montañas seguido únicamente por cinco hombres. Un día, cansados de huir, sus compañeros se arrojaron sobre él, le ataron sólidamente a su caballo y le entregaron a Temujin. Cuando los dos primos se encontraron, Jamuka reprochó a Temujin que tratara con aquellos cinco felones que habían osado alzar la mano contra su señor. Reconociendo la justicia de tales críticas, Temujin ordenó detener a los traidores y decapitarlos. Seguidamente, y atendiendo al ruego de su primo de no morir con derramamiento de sangre, dio orden de que lo estrangularan.

Gengis Kan creó un verdadero estado en armas, en el que cada hombre, tanto en tiempos de paz como de guerra, estaba movilizado desde los quince hasta los setenta años. También las mujeres entraban en la organización con su trabajo, y para ello les concedió derechos desconocidos en otros países orientales, como el de propiedad. El fin de dicho andamiaje social y político estaba destinado a lograr el eterno objetivo de los nómadas: apoderarse del imperio chino, detrás de la Gran Muralla.


En el año 1211 Gengis Kan reunió todas sus fuerzas. Convocó a los guerreros que vivían desde el Altai hasta la montaña Chinggan para que se presentaran en su campamento a orillas del río Kerulo. Al este de su imperio estaba China, con su antiquísima civilización. Al oeste, el Islam, o el conjunto de naciones que habían surgido tras la estela de Mahoma. Más a occidente se extendía Rusia, que era entonces un conglomerado de pequeños estados, y la Europa central. Gengis Kan decidió atacar primero China. Atravesó el desierto de Gobi y cruzó la Gran Muralla. Aprovechando que el país se hallaba en guerra civil, se dirigieron contra la China del norte, gobernada por la dinastía de los Kin, en una serie de campañas que terminaron en 1215 con la toma de Pekín.

Gengis Kan dejó en manos de su general Muqali el control de este territorio, y regresó a Mongolia para iniciar la conquista del gran imperio musulmán del Karhezm, gobernado por el sultán Mohamed, que se extendía desde el mar Caspio hasta la región de Bajará, y desde los Urales hasta la meseta persa. En 1220 el sultán moría destronado a manos de los mongoles, que invadieron entonces Azerbayán y penetraron en la Rusia meridional, atravesaron el río Dniéper, bordearon el mar de Azov y llegaron hasta Bulgaria. Cuando ya todo el continente europeo temblaba ante las hordas invasoras, éstas regresaron a Mongolia. Allí Gengis Kan preparaba el último y definitivo ataque contra China. Mientras tanto, otros ejércitos mongoles habían sometido Corea, arrasado el Jurasán y penetrado en Afganistán.

En poco más de diez años, el imperio había crecido hasta abarcar desde las orillas del Pacífico hasta el mismo corazón de Europa, incluyendo casi todo el mundo conocido y más de la mitad de los hombres que lo poblaban. Karakorum, la capital de Mongolia, era el centro del mundo oriental, y los mongoles amenazaban incluso con aniquilar las fuerzas del cristianismo. Gengis Kan no había perdido jamás una batalla, a pesar de enfrentarse a naciones que disponían de fuerzas muy superiores en número. Es probable que jamás lograra poner a más de doscientos mil hombres en pie de guerra; sin embargo, con estas huestes relativamente pequeñas, pulverizó imperios de muchos millones de habitantes.

¿Por qué su ejército era indestructible? Por los jinetes y los caballos tártaros. Los primeros eran capaces de permanecer sobre sus cabalgaduras un día y una noche enteros, dormían sobre la nieve si era necesario y avanzaban con igual ímpetu tanto cuando comían como cuando no probaban bocado. Los corceles podían pasar hasta tres días sin beber y sabían encontrar alimento en los lugares más inverosímiles. Además, Gengis Kan proveyó a sus soldados de una coraza de cuero endurecido y barnizado y de dos arcos, uno para disparar desde el caballo y otro más pesado, que lanzaba flechas de acero, para combatir a corta distancia. Llevaban también una ración de cuajada seca, cuerdas de repuesto para los arcos y cera y aguja para las reparaciones de urgencia. Todo este equipo lo guardaban en una bolsa de cuero que les servía, hinchándola, para atravesar los ríos.

Pero Gengis Kan supo también ganar más de una batalla sin enviar ni un solo soldado al frente, valiéndose exclusivamente de la propaganda. Los mercaderes de las caravanas formaban su quinta columna, pues por medio de ellos contrataba los servicios de agentes en los territorios que proyectaba invadir. Así llegaba a conocer al detalle la situación política del país enemigo, se enteraba de cuáles eran las facciones descontentas con los reyes y se las ingeniaba para provocar guerras intestinas. También se servía de la propaganda para sembrar el terror, recordando a sus enemigos los horrores que había desencadenado en las naciones que habían osado enfrentársele. Someterse o perecer, eran sus advertencias. Los mongoles ejecutaron en algunos casos matanzas masivas entre la población de las ciudades conquistadas, y exhibían los resultados de éstas para hacer cundir el pánico entre los habitantes de otros territorios. Gengis Kan solía tirar los cadáveres de las víctimas de la terrible peste bubónica mediante catapultas en las ciudades enemigas bajo asedio; dando así origen a las primeras armas biológicas.

Al continuar la marcha sus huestes, dejaba a un puñado de sus soldados y a unos cuantos prisioneros ocultos entre las ruinas. Los soldados obligaban después a los cautivos a recorrer las calles voceando la retirada del enemigo. Y así, cuando los contados supervivientes de la degollina se aventuraban a salir de sus escondites, hallaban la muerte. Por último, para evitar que ninguno se fingiese muerto, se cortaban las cabezas. Hubo ciudades en que sucumbieron medio millón de personas.

A consecuencia de las heridas sufridas al caer del caballo, Gengis Kan murió el 18 de agosto de 1227, antes de lograr la rendición china. Tras su desaparición, el imperio mongol por él forjado, que se extendía desde Corea hasta el mar Caspio, se dividió entre sus cuatro hijos, bajo la autoridad del tercero de ellos, Ogodei, quien fue elegido gran kan por la asamblea de príncipes mongoles (1229). Ogodei consolidó las conquistas de su padre, completó la sumisión del norte de China (1234) y Corea (1236), ensanchó el imperio, estableció el protectorado mongol sobre Georgia, Armenia y el Cáucaso y penetró en Rusia y en la llanura del Danubio (1237-1240).

Las tribus mongoles eran ahora un pueblo robusto y disciplinado, con generales y estrategas de talento educados en su escuela. Tras su fallecimiento, el enorme rodillo mongol siguió aplastando gentes y naciones. Sus sucesores dominaron toda Asia, penetraron aún más en Europa y derrotaron a húngaros, polacos y alemanes. Después, el imperio decayó hasta desaparecer.

A pesar de su fama de conquistador cruel y despiadado, Gengis Kan fue un soberano hábil e inteligente, que impuso la paz y el orden en sus dominios, acabó con las seculares rivalidades tribales y el bandolerismo, creó nuevas vías de comunicación, mostró una gran tolerancia por las tradiciones o costumbres de su conquista, siempre y cuando le ofrecieran lealtad, respetó las diferentes creencias de sus súbditos, como el budismo, el taoísmo y el Islam, y, sin saber leer, supo valorar la utilidad del lenguaje escrito.

Gengis Kan reconocía los méritos de su enemigo y no dudaba en introducir sus tecnologías. Reconoció la importancia de los artesanos calificados, y el asesinato de artesanos no mongoles estaba prohibido en su conquista.

Su expedición masiva al oeste rompió las antiguas fronteras de Europa y Asia. La guerra no solamente causó destrucción masiva en muchos países, sino que también reunió a las culturas del oriente y del occidente. Así, la pólvora y el papel moneda chino se extendieron hacia el oeste y la medicina occidental y artículos tejidos se introdujeron en China.

Gengis Kan fue visto como un gran héroe nacional y el fundador del imperio mongol por los mongoles. Sus sucesores expandieron el imperio mongol y lo convirtieron en el mayor imperio continental en la historia. Él es recordado como un emperador decidido y ambicioso de la historia china. En Persia y Europa del Este, fue reconocido como un conquistador terrorífico.



MAG/03.01.2015