Sincronizo
esta vez sí el personaje que hoy subo al 'blog' con la última de
las clases recibidas. Ateas, el más poderoso de los reyes de los
escitas, nació en el año 429 a.C y falleció en combate con el rey
macedonio Filipo II, padre de Alejandro Magno, en el 339 a. C..
No
es seguro que Ateas perteneciese a la dinastía real de Escitia;
muchos de los historiadores lo consideran como un usurpador que
derrocó a otros reyes escitas y eliminó la tradicional división
tripartita de la sociedad escita el año 400 a. C. Al final de su
reinado, había unido bajo su poder las tribus escitas que habitan un
vasto territorio entre el Danubio y los pantanos meotes. Su supuesta
capital fue excavada por arqueólogos soviéticos cerca de la ciudad
de Kamianka, cerca del Dnieper.
Por
su origen iranio, la cultura del pueblo escita estaba caracterizada
por el pastoreo nómada y la cría de caballos de monta. Con sus
correrías por las llanuras al norte del mar Negro, estos guerreros
seminómadas impresionaron a los antiguos griegos por su habilidad
como jinetes y arqueros, sus costumbres y riquezas. Las costumbres
sanguinarias de los escitas reales, la élite guerrera de este
pueblo, aterrorizaban a sus enemigos y su barbarie se hizo proverbial
en Grecia y Oriente. Los nómadas escitas eran hábiles jinetes y
diestros arqueros, tan feroces como valientes, que se adornaban con
pieles y cabezas humanas como trofeos. Con la piel de la mano derecha
cubrían el carcaj y destinaban la del tronco a confeccionar
estandartes.
Para
estos guerreros esteparios, el caballo tenía el mismo valor que el
camello para los pueblos del desierto. Fueron de los primeros en
utilizar la silla de montar y el estribo. Consumían la leche y la
carne equinas y, de hecho, hasta ofrecían al animal como holocausto.
Cuando moría un guerrero escita, mataban a su cabalgadura y la
enterraban, arneses y adornos incluidos, con todos los honores.
Victoriosos
sobre el Imperio persa, en las tumbas de sus reyes el brillo del oro
atestigua su pasión por la belleza y el lujo.
Los
escitas vestían caftán y pantalones largos sujetos por una correa
de cuero bajo las botas. La élite guerrera, la aristocracia escita,
se distinguía por las chapas de oro de animales cosidas a suss
ropajes. Los orfebres escitas siempre representaban a los animales
objeto de adoración: jabalíes, ciervos, pumas, grifos, peces,
águilas. Era extraño ver a un escita sin su espada corta de hierro,
sin su carcaj que podía alojar hasta 300 flechas trilobuladas, y sin
su pequeño arco curvo, muy útil para lanzar desde un caballo a
galope.
Los
escitas practicaban la brujería y el chamanismo y adoraban al fuego
y a una diosa madre. Como creían que la tumba era la morada de los
muertos, sacrificaban a los esclavos y los animales con el fin de que
prestaran servicio a su amo fallecido. Los tesoros y los criados
supuestamente hacían compañía a los caciques en el “otro mundo”.
En un sepulcro real se hallaron cinco criados en posición
horizontal, con los pies apuntando hacia su amo, preparados para
reincorporarse y asumir de nuevo sus obligaciones.
Cuando
moría un gobernante, los escitas le daban sepultura junto a
espléndidas ofrendas y, durante el período de duelo, derramaban su
propia sangre y se afeitaban la cabeza. Heródoto escribió: “Se
cortan un trozo de oreja, se afeitan el cabello en redondo, se hacen
cortes en los brazos, se desgarran la frente y la nariz y se clavan
flechas a través de la mano izquierda”.
Las
tumbas de los escitas eran sumamente
visibles, ya que enterraban a sus muertos resaltando su ubicación
apilando tierra y rocas para formar montículos (kurganes),
confiando en que sus enemigos no molestarían a sus muertos en su
última morada, dado el temor que suscitaban los escitas a aquellos
a quienes sometían. En el interior de los túmulos
funerarios se han hallado muchos adornos que reflejan el modo de
vida de aquel pueblo. El zar ruso Pedro el Grande comenzó a
coleccionar estas llamativas piezas en 1715, y en 1718 un decreto
gubernamental ordenaba que en Rusia ”se recojan en la tierra y en
el agua las armas antiguas, las viejas inscripciones, la vajilla y
todo lo que sea antiguo e insólito”. En la actualidad los
objetos de los kurganes escitas se exhiben en los museos de Rusia y
Ucrania.
Orgulloso
de las costumbres de su pueblo, el rey Ateas despreciaba la cultura
griega, como lo muestra Plutarco con estas dos anécdotas: Ateas hizo
prisionero a Ismenias,
un excelente flautista, y le mandó que tocara y cuando los demás se
admiraban, él juró que era más agradable escuchar el relincho de
un caballo. Ateas escribió a Filipo: “Usted reina sobre los
macedonios, los hombres que han aprendido a luchar, y yo sobre los
escitas, que puede luchar con el hambre y la sed". Ateas hacía
referencia a la dieta de los escitas, pobre y monótona, a la que se
atribuye la impotencia y la esterilidad proverbiales entre los
hombres escitas.
Hacia
finales de su vida, Ateas invadió cada vez más la esfera de
influencia griega-macedonia en los Balcanes. Fuentes griegas
registran su campaña contra la tribu de los histriani en Tracia. Al
principio Ateas consideró prudente contar con la ayuda de Macedonia.
Cuando las tropas de Filipo II llegaron a Escitia, fueron rechazados
con desprecio: el rey de los histriani había muerto y la acción
militar ya no era de interés. Otra colisión entre Filipo y Ateas
surgió durante el primer sitio de Bizancio, cuando los escitas se
negaron a proporcionar tropas con suministros para los macedonios,
citando la esterilidad de sus tierras como un pretexto.
Estos
pequeños conflictos con Ateas dieron a Filipo un motivo para invadir
sus dominios. El golpe final fue la renuencia de los escitas para
permitir a Filipo dedicar una estatua de Hércules en la
desembocadura del Danubio. En 339 a. C., los dos ejércitos se
enfrentaron en las llanuras de la actual Dobruja. Ateas de noventa
años de edad, murió en combate y su ejército fue derrotado. Filipo
parece haber sido herido con su caballo que murió en medio de la
refriega.
A
raíz de esta derrota, el imperio alcanzado por Ateas se derrumbó y
los escitas tuvieron que comprar la paz al precio de 20.000 mujeres
escitas y muchas yeguas esteparias para los macedonios. Los escitas
desaparecieron de la historia de forma enigmática.
Una
investigación antropológica llevada a cabo sobre los restos
cremados encontrados en una tumba real en Vergina, Grecia, ha
concluido que los restos pertenecen al rey Filipo II, padre de
Alejandro Magno, y a una mujer guerrera desconocida que puede
tratarse de la hija del rey escita Ateas.
MAG/18.10.2014
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