De origen oscuro, a los hunos se les relaciona con los xiongnu de
las fuentes chinas, probablemente una agrupación de gentes nómadas,
organizadas militarmente y sin una clara filiación étnica. Sus
enterramientos –algunos sobre antiguos kurganes, los túmulos
escitas– han sido localizados en las regiones del Altai y en las
repúblicas de Kazajistán, Tuvá y Mongolia; en ellos se han hallado
característicos cráneos deformados, calderos de bronce, un rico
ajuar de los caballos inmolados y puntas de flecha.
En
el siglo IV los hunos dominaban grandes extensiones entre los ríos
Don, Volga y Danubio, y los mares Báltico y Negro, y habían
sometido a los germanos, alanos y sármatas que allí vivían. Por
ello, los hunos fueron considerados por sus contemporáneos, según
recogen fuentes como Amiano Marcelino o Jordanes, como una raza
salvaje, voluble, desleal, apasionada por el oro y de extrema
crueldad, que comía raíces y carne cruda, vestía con pieles de
ratón salvaje o de cabra, y carecía de viviendas y de dioses,
aunque eran considerados buenos guerreros. El poeta y obispo Sidonio
Apolinar subraya en su Panegírico
a
Antemio
los rasgos físicos de los hunos, como el alargamiento de su cabeza y
la estrechez de sus ojos acostumbrados a abarcar con su vista grandes
espacios: «De otra parte, para que los dos orificios nasales no
sobresalgan de los pómulos, envuelven la nariz, cuando aún es
tierna, en un vendaje para que se adapte al casco: hasta ese punto el
amor materno deforma a los niños nacidos para guerrear, de modo que
la superficie lisa de las mejillas se prolongue al faltar la
interrupción de la nariz. El resto del cuerpo es hermoso en los
hombres: tienen pecho amplio, fuertes hombros, vientre compacto».
Apolinar
se admiraba de sus aptitudes como jinetes: «De estatura media cuando
van a pie, son altos si se les ve a caballo; por eso parecen con
frecuencia altos cuando están sentados. Apenas se tiene en pie el
niño, separado de su madre, cuando ya un caballo le ofrece su grupa:
se podría pensar que los miembros de éste se adaptan a los del
hombre, tan unidos se mantienen cabalgadura y jinete. Otros pueblos
se dejan llevar a lomos de caballo; éste vive en ellos. Llevan en el
corazón los arcos curvos y los dardos; su mano es temible y certera;
creen firmemente que sus proyectiles llevan la muerte y su furia está
habituada a hacer el mal por medio de un golpe infalible».
A
principios del siglo V se consolidó un imperio huno, de la mano de
reyes como Ruga y después su sobrino Atila, quien, hacia 445, asesinó a su hermano Bleda y se hizo con el poder absoluto
sobre su pueblo. La corte de Atila, situada en algún lugar cercano
al río Tisza (en la actual Rumanía), estaba muy lejos del
salvajismo que algunos romanos le atribuían. Así lo atestigua el
historiador Prisco, que acudió como embajador a la corte del
caudillo huno. Según su relato, el asentamiento huno disponía de
fuertes murallas y bellos edificios de madera, así como un palacio
con suelos cubiertos de alfombras. Allí, el monarca se rodeaba de su
harén, de intérpretes de diversas lenguas y de sus fieles, vestidos
con ricos ropajes, que en los banquetes utilizaban vajillas de oro en
contraste con los vestidos modestos y los utensilios de madera de su
rey, un hombre afable y con gran sentido de la hospitalidad. El
historiador Jordanes le atribuye un buen gobierno, generosidad y una
gran confianza en sí mismo, aumentada «con el descubrimiento de la
espada de Marte, aquella espada que habían venerado siempre los
reyes de los escitas» y que se convirtió en el símbolo de su
poder.
El
poder de los hunos, asentados en Panonia (la actual Hungría), se
extendía desde el mar Caspio hasta los Alpes; y se basaba en un
ejército compuesto en gran parte por germanos, en el que figuraban
consejeros romanos (Orestes) y griegos (Onegesies). Atila lanzó
primero sus ataques contra el Imperio Romano de Oriente, al cual
sometió al pago de gravosos tributos: en 441-43 llegó hasta las
puertas de la capital, Constantinopla; y en 447-49 recorrió los
Balcanes hasta Grecia.
Para
entender la reivindicación de Atila hay que remontarse a principios
del siglo V. Cuando los godos saquearon Roma en agosto de 410, se
llevaron consigo varios rehenes de alto rango, entre ellos a Aelia
Gala Placidia, hermana de los emperadores Honorio y Arcadio.
Placidia, de fuerte personalidad y educada entre sirvientes de origen
bárbaro, se casó en 414 con el godo Ataúlfo, pero éste fue
asesinado poco después en Barcelona. Placidia volvió entonces a la
corte de Ravena, donde fue obligada a casarse con el general
Constancio. De este matrimonio nacieron Justa Gala Honoria y
Valentiniano III, emperador de Occidente.
Según
Procopio, Placidia había criado un hijo débil para poder gobernar
ella como regente con la ayuda del general Aecio. Pero en el año
437, Valentiniano apartó de la corte a su madre y obligó a su
hermana a entrar en religión. También la despojó de su título de
Augusta,
que permitía a Honoria transmitir el Imperio a sus propios hijos
varones, circunstancia de especial importancia dado que Valentiniano
sólo había descendencia femenina. Precisamente era ésta la razón
por la que Aecio, el todopoderoso general y ministro del emperador,
se oponía a que Honoria permaneciera como Augusta en la corte,
puesto que su propio hijo, Gaudencio, estaba prometido con una de las
hijas de Valentiniano y, por ello, podía aspirar a sucederle.
Honoria
inició entonces en secreto una relación amorosa con el procurador
Eugenio. Cuando el emperador se enteró, hizo arrestar y decapitar a
Eugenio, a la vez que obligaba a Honoria, que había quedado
embarazada, a casarse con un viejo senador de Constantinopla, Basso
Hercolano, poco sospechoso de pretender el trono. La historia se
complicó aún más cuando Honoria pensó pedir la protección del
más poderoso soberano del momento fuera del Imperio. En efecto,
envió a Atila al eunuco Jacinto, con una fuerte suma de dinero, a
modo de regalo para el caudillo huno, y una carta con su sello
personal en la que Honoria solicitaba su ayuda para defender frente a
su hermano la «herencia» que le correspondía como Augusta.
Además, el embajador llevaba el anillo de Honoria como prueba de la
autenticidad del mensaje, pero Atila lo interpretó como una promesa
de matrimonio por parte de Honoria. Ese «malentendido» justificaba
que Atila lanzara una campaña para rescatar a su «prometida» y al
mismo tiempo para reivindicar su propio derecho a reinar sobre la
herencia de Honora.
Valentiniano
rechazó entregar su hermana al caudillo huno, e hizo arrestar,
torturar y decapitar al eunuco que había llevado el mensaje a Atila;
en cuanto a Honoria, la envió junto a su madre Gala Placidia, que
había intercedido por ella.
Entonces
el rey huno dio inicio a la invasión de
la Galia, incitado por el rey vándalo Genserico a atacar el reino
visigodo de Tolosa. Al frente de un gran ejército, atravesó
la frontera por Aquicum (Budapest), saqueó ciudades como Maguncia,
Tréveris, Worms, Colonia, Reims y Metz y, tras ser rechazado frente
a Orleans por mercenarios alanos, se encontró con el ejército de
Aecio entre junio y julio del año 451 en un lugar que Hidacio
denomina Campus Mauriacus y Jordanes llama Campos Cataláunicos,
posiblemente junto a Châlons-sur-Marne o en Troyes.
Los
bárbaros paganos fueron los protagonistas de la batalla en ambos
bandos. Junto a Aecio estaban los visigodos de Teodorico, los alanos,
los alamanes del Rin y, según Jordanes, auxiliares francos,
sármatas, armoricanos, liticianos, burgundios, sajones, riparios y
olibriones, «así como otros pueblos celtas y germanos» dispuestos
a recibir un suculento botín. Atila contaba con un buen número de
habitantes de las provincias descontentos, así como con los gépidos
de Ardarico, mercenarios skiros, rugios, hérulos y los ostrogodos
sometidos de los reyes Alamiro,Teodomiro y Videmiro.
El
resultado de la batalla fue dudoso. Según Hidacio, el rey visigodo
«fue encontrado muerto» junto con otros 300.000 hombres, cifra a
todas luces exagerada. Al parecer, los adivinos habían asegurado a
Atila que uno de los jefes enemigos sucumbiría y él creyó que se
trataba de Aecio. Pero éste y Atila salieron indemnes. Jordanes, por
su parte, cuenta que Aecio se atribuyó la victoria al ver que los
hunos se habían refugiado en su campamento.
Los hunos fueron también buenos colaboradores de los emperadores romanos. Intervinieron como mercenarios para reprimir las revueltas internas provocadas por los bagaudas y combatir a otros bárbaros, como los burgundios y los francos. Los más privilegiados formaban parte de la guardia personal de generales como Aecio, que había vivido un tiempo entre los hunos. Incluso Atila fue nombrado general honorífico de la Galia.
La
colaboración militar con Roma, sin embargo, no era gratuita. Atila
exigía fuertes tributos en oro a los emperadores en concepto de
«compra de la paz» en las fronteras, tributos que no era fácil
pagar. Además, los traidores hunos encontraron acogida en la corte
romana. Todo ello determinó que el rey huno aumentara cada vez más
sus exigencias e intentase desestabilizar a los romanos azuzando
contra ellos a godos y vándalos, lo que suponía enfrentarse a la
política de su aliado Aecio. Además, en el año 450 se descubrió
un complot para asesinar a Atila en su corte, organizado por Teodosio
II, el emperador de Oriente, y por Edeco, el embajador de los hunos
en Constantinopla. Poco después, el sucesor de Teodosio, el militar
tracio Marciano, se negó a seguir pagando a los hunos los tributos
que se les debían. Atila decidió entonces lanzarse a la conquista
de parte de las provincias de Occidente. Pero lo hizo valiéndose de
un pretexto especial: reivindicar «el derecho de los hijos de un
padre a su herencia». Invadió
el Imperio romano y avanzó hasta las puertas de la capital. Su
propósito era socorrer a la hermana del emperador, Honoria, con la
que deseaba casarse.
Tras la batalla de los Campos Cataláunicos, Atila
contaba con suficientes contingentes como para depredar los
territorios de Padua, Aquileya y Verona y para amenazar Roma mientras
exigía la entrega de su prometida. Según Procopio, fue el papa León
I quien, a orillas del río Mincio, cerca de Mantua, consiguió
disuadir al huno de sus intenciones. Debió de ofrecerle un cuantioso
botín a cambio de retirarse y también debió de convencerlo de que
Honoria había muerto –al menos Gala Placidia había fallecido en
Roma un año antes, según Hidacio–, con lo que dejaba de tener
justificación su presencia en las provincias. A ello se sumaron los
estragos que la peste comenzaba a causar en el ejército huno. El
supersticioso Atila, además, temía que si asaltaba Roma encontraría
una rápida muerte, como le sucedió a Alarico tras saquear la
capital imperial en 410. De esta forma se disipó la tormenta que
había amenazado al Imperio, al menos por unos años.
Casi
todos los protagonistas de la invasión de los hunos sufrieron un
destino trágico. Atila murió en el año 453, en su palacio, de una
hemorragia que sufrió durante la noche de bodas con la germana
Ildico; según los romanos era el justo castigo por tanto daño
causado. Las luchas entre sus hijos disolvieron su imperio en unos
pocos años. El futuro de Aecio no fue mejor; víctima de las
intrigas del eunuco Heraclio, murió asesinado por el emperador
Valentiniano, con su propia espada en 454, una extraña manera de
agradecer a su general el éxito en la batalla.
La
muerte de Aecio, «el último de los romanos», fue llorada
universalmente, sobre todo por los bárbaros a su servicio. Dos de
ellos la vengaron poco después, traspasando con sus espadas al
emperador cuando se encontraba en el Campo de Marte. Más tarde, los
vándalos entraron en Roma y se llevaron un importante botín,
incluidas la esposa y las hijas de Valentiniano. El Imperio estaba
dando sus últimas boqueadas.
La
figura de Atila será una de las más famosas entre los pueblos
invasores del siglo V. La violencia con que actuaba daría lugar a la
famosa frase "Bajo los cascos de su caballo nunca más crece la
hierba".
El
poderío que Atila había aportado a los hunos, unificando las tribus
y lanzándolas a audaces empresas de conquista, desapareció tras su
muerte; a las disensiones internas se añadió la peste, que dejó
diezmados a los hunos frente al ataque germánico encabezado en el
454 por Arderico, el cual destruyó el imperio del hijo y sucesor de
Atila, Elac, y forzó su marcha hacia la zona del Volga. En lo
sucesivo, los hunos no volverían a amenazar Europa, e incluso se
convirtieron en un bastión que la protegió de la amenaza de los
mogoles.
MAG/30.10.2014
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