domingo, 23 de noviembre de 2014

Osio de Córdoba, redactor del Credo en el Concilio de Nicea


En nuestra clase del pasado jueves, el profesor Abella nos explicó que una de los motivos de separación entre las iglesias de Occidente y Oriente fue la distinta interpretación que en el Credo de la Fe unos y otros teólogos dieron a la palabra Filioque, que introdujeron los visigodos, en la siguiente frase: Et in Spíritum Sanctum, Dominum et vivificantem, qui ex Patre, Filioque procedit, referida a la procedencia del Espíritu Santo: sólo de Dios Padre, según los orientales y del Padre e Hijo, según los occidentales. 

Para algunos historiadores, esa palabra existía en el texto inicial. Para salir de dudas, habría que preguntárselo al propio redactor que fue un obispo hispano-romano, el cordobés Osio, cuya historia la publiqué el año pasado en el 'blog' sobre cultura occidental y que a continuación por su singularidad repito.

Siempre me asombró que el Credo de Nicea, posiblemente la oración más rezada durante más de 16 siglos por cristianos siríacos, coptos, ortodoxos, luteranos, anglicanos, ..., y católicos hubiera sido redactado por el obispo hispano-romano Osio. 

Osio nació en el año 257 en Córdoba, donde fue nombrado su obispo en el 296. Fue torturado durante las persecuciones de Diocleciano y Maximiano. Por contra, Constantino I lo nombró consejero para asuntos eclesiásticos, acompañando al emperador a Milán en el año 313, siendo posiblemente el artífice de su Edicto de Milán, por el que se permitió a los cristianos practicar su culto en todo el Imperio Romano. A partir de este momento, el emperador centra su esperanza en que la Iglesia pueda convertirse en una fuente de unidad para su atribulado imperio. El emperador no estaba interesado tanto en los detalles de la doctrina como en finalizar las disputas por desacuerdos religiosos entre los cristianos. Y así lo dejó escrito: "Mi designio era, entonces, primeramente traer los diversos juicios encontrados por todas las naciones con relación a la Deidad a una condición, por así decirlo, de uniformidad acordada; y, en segundo lugar, restaurar un tono saludable al sistema del mundo . . .".

A fin de zanjar la polémica trinitaria, entre las posturas de Arrio frente a Atanasio, y restablecer la unidad doctrinal de la Iglesia, que era ya un asunto de Estado, en el año 325 el emperador convocó el concilio ecuménico en Nicea (actualmente Iznik en Turquía) cerca de su residencia de Nicomedia. Este fue el primer concilio general de la historia de la Iglesia cristiana, a excepción del llamado concilio de Jerusalén del siglo I, que había reunido a Pablo de Tarso y sus colaboradores más allegados con los apóstoles de Jerusalén encabezados por Santiago el Justo, hermano de Jesús, y Pedro.

Al Concilio de Nicea asistieron unos 300 obispos, de los que sólo cuatro pertenecían a la iglesia de Occidente, entre ellos Osio. El obispo de Roma, el papa Silvestre, ya muy anciano se hizo representar por dos sacerdotes, Víctor y Vincentius.

El Concilio se desarrolló del 20 de mayo al 25 de julio del año 325. En él participaron algunos obispos, como Osio, que tenían en sus cuerpos las señales de los castigos que habían sufrido por mantenerse fieles en las persecuciones pasadas todavía muy recientes. El emperador Constantino, que por esas fechas aún no se había bautizado, facilitó la participación de los obispos, poniendo a su disposición los servicios de postas imperiales para que hicieran el viaje, y ofreciéndoles hospitalidad en Nicea.

La apertura del Concilio se realizó por el Emperador con gran solemnidad. Después de ser saludado en una breve alocución, Constantino pronunció un discurso en latín, expresando su deseo de que se restableciera la paz religiosa. El emperador abrió la sesión en calidad de presidente honorífico y, además, asistió a las sesiones posteriores, pero dejó la dirección de las discusiones teológicas en manos de su consejero el obispo Osio de Córdoba, quien presidió el Concilio, asistido por los dos representantes del Papa. 

En aquella época, el emperador estaba bajo la influencia de Osio, a quien, junto con San Atanasio, hay que atribuir una influencia preponderante en la formulación del símbolo del Concilio de Nicea, el Credo de la Fe. El documento, redactado en su versión definitiva por Osio, “Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas...” fue firmado por él y a continuación circulado para la firma de los obispos por los funcionarios imperiales. Todos los obispos, salvo cinco, se declararon prestos a suscribir dicha fórmula, convencidos de que contenía la antigua fe de la Iglesia Apostólica. Los oponentes quedaron pronto reducidos a dos, Teón de Marmárica y Segundo de Tolomeo, que fueron exiliados y anatematizados. Arrio y sus escritos fueron también marcados con el anatema, sus libros fueron arrojados al fuego y él fue exiliado a Iliria. Una vez acabadas las sesiones del Concilio, Constantino celebró el vigésimo aniversario de su ascensión al Imperio e invitó a los obispos a un espléndido banquete, al final del cual cada uno recibió ricos presentes. Varios días después el emperador solicitó que tuviera lugar una sesión final, a la cual asistió para exhortar a los obispos a que trabajaran para el mantenimiento de la paz; se encomendó a sus oraciones y autorizó a los padres de la Iglesia a que regresaran a sus diócesis y así lo hizo Osio.

Muerto Constantino (337), en el año 355 el Emperador Constancio II, convertido al arrianismo y temeroso de la influencia de Osio, intentó acabar con su firmeza, respondiendo éste a las amenazas del Emperador con una carta en la que le comunicaba su disposición a padecer tormento antes que ser traidor a la verdad. Esta contestación irritó a Constancio II, quien le hizo comparecer ante un concilio arriano, donde fue azotado y atormentado. Los hechos relacionados con los últimos días de su vida están lejos de ser claros. Firmó, bajo presión, la declaración conocida como la segunda fórmula sirmiense (la primera era la profesión de fe de 351) que fue publicada como la fórmula de Osio. Rehusó, sin embargo, abandonar a Atanasio que habla de él como lapso “por un momento”. Tras haber servido al propósito por el que los arrianos le habían traído a Sirmium probablemente volvió a España donde murió a los 101 años de edad.

La Iglesia ortodoxa griega lo venera como santo el día 27 de agosto.

Osio es el primer biografiado del Liber de viris illustribus de san Isidoro de Sevilla.

MAG/23.11.2014

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