sábado, 18 de octubre de 2014

Ateas, el más poderoso rey escita

Sincronizo esta vez sí el personaje que hoy subo al 'blog' con la última de las clases recibidas. Ateas, el más poderoso de los reyes de los escitas, nació en el año 429 a.C y falleció en combate con el rey macedonio Filipo II, padre de Alejandro Magno, en el 339 a. C..

No es seguro que Ateas perteneciese a la dinastía real de Escitia; muchos de los historiadores lo consideran como un usurpador que derrocó a otros reyes escitas y eliminó la tradicional división tripartita de la sociedad escita el año 400 a. C. Al final de su reinado, había unido bajo su poder las tribus escitas que habitan un vasto territorio entre el Danubio y los pantanos meotes. Su supuesta capital fue excavada por arqueólogos soviéticos cerca de la ciudad de Kamianka, cerca del Dnieper.

Por su origen iranio, la cultura del pueblo escita estaba caracterizada por el pastoreo nómada y la cría de caballos de monta. Con sus correrías por las llanuras al norte del mar Negro, estos guerreros seminómadas impresionaron a los antiguos griegos por su habilidad como jinetes y arqueros, sus costumbres y riquezas. Las costumbres sanguinarias de los escitas reales, la élite guerrera de este pueblo, aterrorizaban a sus enemigos y su barbarie se hizo proverbial en Grecia y Oriente. Los nómadas escitas eran hábiles jinetes y diestros arqueros, tan feroces como valientes, que se adornaban con pieles y cabezas humanas como trofeos. Con la piel de la mano derecha cubrían el carcaj y destinaban la del tronco a confeccionar estandartes.

Para estos guerreros esteparios, el caballo tenía el mismo valor que el camello para los pueblos del desierto. Fueron de los primeros en utilizar la silla de montar y el estribo. Consumían la leche y la carne equinas y, de hecho, hasta ofrecían al animal como holocausto. Cuando moría un guerrero escita, mataban a su cabalgadura y la enterraban, arneses y adornos incluidos, con todos los honores.

Victoriosos sobre el Imperio persa, en las tumbas de sus reyes el brillo del oro atestigua su pasión por la belleza y el lujo.

Los escitas vestían caftán y pantalones largos sujetos por una correa de cuero bajo las botas. La élite guerrera, la aristocracia escita, se distinguía por las chapas de oro de animales cosidas a suss ropajes. Los orfebres escitas siempre representaban a los animales objeto de adoración: jabalíes, ciervos, pumas, grifos, peces, águilas. Era extraño ver a un escita sin su espada corta de hierro, sin su carcaj que podía alojar hasta 300 flechas trilobuladas, y sin su pequeño arco curvo, muy útil para lanzar desde un caballo a galope.

Los escitas practicaban la brujería y el chamanismo y adoraban al fuego y a una diosa madre. Como creían que la tumba era la morada de los muertos, sacrificaban a los esclavos y los animales con el fin de que prestaran servicio a su amo fallecido. Los tesoros y los criados supuestamente hacían compañía a los caciques en el “otro mundo”. En un sepulcro real se hallaron cinco criados en posición horizontal, con los pies apuntando hacia su amo, preparados para reincorporarse y asumir de nuevo sus obligaciones.

Cuando moría un gobernante, los escitas le daban sepultura junto a espléndidas ofrendas y, durante el período de duelo, derramaban su propia sangre y se afeitaban la cabeza. Heródoto escribió: “Se cortan un trozo de oreja, se afeitan el cabello en redondo, se hacen cortes en los brazos, se desgarran la frente y la nariz y se clavan flechas a través de la mano izquierda”.

Las tumbas de los escitas eran sumamente visibles, ya que enterraban a sus muertos resaltando su ubicación apilando tierra y rocas para formar montículos (kurganes), confiando en que sus enemigos no molestarían a sus muertos en su última morada, dado el temor que suscitaban los escitas a aquellos a quienes sometían. En el interior de los túmulos funerarios se han hallado muchos adornos que reflejan el modo de vida de aquel pueblo. El zar ruso Pedro el Grande comenzó a coleccionar estas llamativas piezas en 1715, y en 1718 un decreto gubernamental ordenaba que en Rusia ”se recojan en la tierra y en el agua las armas antiguas, las viejas inscripciones, la vajilla y todo lo que sea antiguo e insólito”. En la actualidad los objetos de los kurganes escitas se exhiben en los museos de Rusia y Ucrania.

Orgulloso de las costumbres de su pueblo, el rey Ateas despreciaba la cultura griega, como lo muestra Plutarco con estas dos anécdotas: Ateas hizo prisionero a Ismenias, un excelente flautista, y le mandó que tocara y cuando los demás se admiraban, él juró que era más agradable escuchar el relincho de un caballo. Ateas escribió a Filipo: “Usted reina sobre los macedonios, los hombres que han aprendido a luchar, y yo sobre los escitas, que puede luchar con el hambre y la sed". Ateas hacía referencia a la dieta de los escitas, pobre y monótona, a la que se atribuye la impotencia y la esterilidad proverbiales entre los hombres escitas.

Hacia finales de su vida, Ateas invadió cada vez más la esfera de influencia griega-macedonia en los Balcanes. Fuentes griegas registran su campaña contra la tribu de los histriani en Tracia. Al principio Ateas consideró prudente contar con la ayuda de Macedonia. Cuando las tropas de Filipo II llegaron a Escitia, fueron rechazados con desprecio: el rey de los histriani había muerto y la acción militar ya no era de interés. Otra colisión entre Filipo y Ateas surgió durante el primer sitio de Bizancio, cuando los escitas se negaron a proporcionar tropas con suministros para los macedonios, citando la esterilidad de sus tierras como un pretexto.

Estos pequeños conflictos con Ateas dieron a Filipo un motivo para invadir sus dominios. El golpe final fue la renuencia de los escitas para permitir a Filipo dedicar una estatua de Hércules en la desembocadura del Danubio. En 339 a. C., los dos ejércitos se enfrentaron en las llanuras de la actual Dobruja. Ateas de noventa años de edad, murió en combate y su ejército fue derrotado. Filipo parece haber sido herido con su caballo que murió en medio de la refriega. 
 
A raíz de esta derrota, el imperio alcanzado por Ateas se derrumbó y los escitas tuvieron que comprar la paz al precio de 20.000 mujeres escitas y muchas yeguas esteparias para los macedonios. Los escitas desaparecieron de la historia de forma enigmática.
Una investigación antropológica llevada a cabo sobre los restos cremados encontrados en una tumba real en Vergina, Grecia, ha concluido que los restos pertenecen al rey Filipo II, padre de Alejandro Magno, y a una mujer guerrera desconocida que puede tratarse de la hija del rey escita Ateas.

MAG/18.10.2014

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