sábado, 28 de febrero de 2015

El cisma de la iglesia ortodoxa rusa: el arcipreste Avvakum frente al patriarca Nikon

Cuando se examina el enconado conflicto religioso que enfrentó en el último cuarto del siglo XVII a dos facciones distintas de la Iglesia ortodoxa, origen del gran cisma que separó para siempre en dos el cuerpo de los fieles, lo primero que llama la atención es la aparente banalidad de la disputa. No se debatieron cuestiones de dogma, principios de fe, nociones y creencias, sino aspectos de la liturgia, costumbres y tradiciones relativas a las formas y el modo de oficiar, así como la revisión de algunos pasajes de los libros sagrados, distorsionados por erróneas interpretaciones y traducciones inciertas. El principal motivo de la discordia fue la modificación de la manera de santiguarse. Los partidarios del patriarca Nikon y de las reformas de corte helenizante propugnaron e impusieron que los fieles hicieran la señal de la cruz con tres dedos; los inmovilistas recalcitrantes, defensores de los usos antiguos y de las tradiciones de la Santa Rusia, abogaban por continuar santiguándose con dos dedos, como enseñaban los tiempos pasados y la venerada opinión y saber de los jerarcas antiguos. ¿Es posible que un desacuerdo sobre una cuestión tan superficial fuera el detonante de ese cisma proceloso y de las abominables violencias que acompañaron su desarrollo?. Pero es que, en el fondo, no se trataba de una cuestión banal y secundaria. El gesto en sí encerraba un significado profundo, incluía un simbolismo sutil y complejo que el propio arcipreste Avvakum detalla y comenta en uno de los pasajes finales de su Vida, titulado «Del modo de unir los dedos»: 

Cualquier verdadero creyente debe unir los dedos de la mano de modo claro y firme y persignarse teniéndolos así. No debe hacerse la señal de la cruz con mano incierta y poco celo, dando satisfacción a los demonios, sino llevándose la mano a la cabeza, al vientre y después a los hombros, recitando la oración de modo que el cuerpo y la mente presten atención a esos misterios, ya que los dedos de la mano configuran los misterios sumos. Eso es lo que hay que entender. Según la tradición de los Santos Padres, se deben juntar los tres dedos del siguiente modo: el pulgar, el meñique y el anular deben unirse en el extremo; representan la divinidad en las tres personas (hipóstasis), Padre, Hijo y Espíritu Santo. Luego el índice y el corazón, que deben unirse doblando ligeramente uno de los dos, el corazón: eso representa el testimonio de la humanidad y la divinidad de Cristo. El acto de llevar la mano a la cabeza significa el espíritu no creado: el padre que genera al Hijo, Dios eterno. El acto de llevarla al ombligo simboliza la encarnación de Cristo, hijo de Dios, por la santa y divina Virgen María. Llevar la mano al hombro derecho representa la ascensión de Cristo, que está sentado a la diestra del Padre, lugar en el que también se encuentran los justos. Llevar la mano al hombro izquierdo significa la separación de los pecadores y los justos, así como la expulsión de los primeros, sus tormentos y condena eterna. De ese modo enseñan a unir los dedos los Santos Padres: Melecio, arzobispo de Antioquia, el beato Teodoreto, obispo de Cirenaica, Pedro Damasceno y Máximo el Griego. Y así está escrito en muchos libros, en los salterios, en el Libro de Cirilo, en el Libro de la fe, en el libro de Máximo, en el libro de Pedro Damasceno y en la vida de Melecio. En todas partes los santos dicen unánimemente de este misterio lo que acabamos de decir.

Baste esa cita, de paso, para desbaratar las opiniones de quienes consideran a los cismáticos (raskolniki) meros oscurantistas analfabetos y retrógrados, incultos y desencaminados.

Por otro lado, debe señalarse que las reformas introducidas por el patriarca Nikon, de acuerdo con el zar Alekséi Mijáilovich, no se reducían al modo de santiguarse, sino que afectaban a otros aspectos fundamentales de la liturgia, verbigracia: el Aleluya, antes pronunciado dos veces, pasaba a pronunciarse tres; las siete hostias en la celebración de la eucaristía se reducían a cinco; la forma de prosternarse hasta el suelo se sustituía por una inclinación hasta la cintura; se alteraban algunas fórmulas del Credo; hasta el propio nombre de Jesús se veía modificado y de Isus se transformaba en Iisus.

Después de la caída de Bizancio en 1453, Moscú se había convertido en el principal centro del mundo ortodoxo. Además, Iván el Terrible se había casado en segundas nupcias con Zoe Paleóloga, sobrina del último emperador bizantino, Constantino IX, lo que en cierto modo avalaba esa idea de sucesión.

En el conflicto que desembocó en el cisma se enfrentaron dos hombres del pueblo. Tanto el patriarca Nikon (Патриа́рх Ни́кон) como el arcipreste Avvakum (Аввакýм Петро́вич) eran naturales de la región de Nizhni Nóvgorod, El temperamento duro de ambos refleja el influjo de las penurias sufridas y los obstáculos superados desde la infancia.

Nikon, nacido en 1605, era un hombre de fuerte personalidad y decisión implacable. Tras la muerte de sus hijos y la entrada de su mujer en un convento, se hizo monje y no tardó en acumular cargos y dignidades en el seno de la Iglesia. En 1648 fue nombrado metropolitano de Nóvgorod y en 1652 asumió el título de patriarca. Además, contaba con la absoluta confianza del zar. No obstante, su carácter implacable le valió la enemistad de una buena parte del clero y, al final, acabó enajenándole las simpatías del zar, alarmado por sus ambiciones y pretensiones. 

En un golpe de mano que recordaba una astucia de Iván el Terrible, Nikon se ausentó de Moscú, sin renunciar a su cargo, en un intento de acumular más poder y ascendencia sobre el soberano, pero éste, harto de sus exigencias, acabó forzando su destitución, sancionada finalmente en el Concilio de 1666.

La Vida del arcipreste Avvakum, escrita por él mismo es el testimonio más intenso y personal, quizás también el más interesante y valioso, de la literatura rusa anterior a Pushkin.  Dostoievski, Tolstói y Gorki, entre otros, declararon tener en gran estima la obra del arcipreste escrita en un lenguaje colorista y rico, que mezcla lo culto y lo popular. La Vida es una obra clave de la literatura rusa del periodo.

Avvakum, en particular, y los viejos creyentes, en general, renunciaron al uso del eslavo eclesiástico y redactaron sus obras en la lengua común del pueblo. La lengua de Avvakum es ruda, directa, exenta de figuras retóricas y deja en el ánimo del lector una sensación de frescura. Pierre Pascal, autor del estudio más completo que existe sobre Avvakum (Avvakum et les débuts du raskol), descubrió la obra en 1928 y quedó sorprendido de la pujanza y brío del estilo del arcipreste.

Durante dos siglos el texto de la Vida circuló manuscrito entre los viejos creyentes. No se pudo dar a la imprenta hasta la tardía fecha de 1861. A partir de ese momento sus admiradores han sido numerosísimos, desde Leskov y Dostoievski, hasta Mussorgski y el propio Gorki, partidario de que entrara a formar parte de los programas escolares.


Así inicia Avvakum el relato de su vida: Nací en la región de Nizhni Nóvgorod, más allá del río Kudma, en la aldea de Grigorovo. Mi padre era el pope Piotr; mi madre, María, Marfa de monja. Mi padre tenía inclinación por las bebidas alcohólicas; mi madre, por su parte, observaba ayunos y oraciones y siempre me estaba inculcando que tuviera temor de Dios. Una vez, en casa de un vecino, vi una vaca muerta. Por la noche me levanté y lloré largo rato por mi alma delante del icono, pensando en la muerte, en que también yo tendría que morir. A partir de entonces me acostumbré a rezar cada noche. Luego mi madre enviudó. Yo era aún muy pequeño cuando me quedé huérfano y nuestros parientes nos echaron. Mi madre decidió darme mujer y yo recé así a la Santa Madre de Dios: «Que mi mujer me ayude a salvarme». En mi pueblo había una muchacha, también huérfana, que no faltaba nunca a los oficios religiosos. Se llamaba Anastasia. Su padre era un herrero adinerado llamado Marko, pero después de su muerte lo habían perdido todo. Así pues, la joven vivía en la miseria y le rogaba a Dios que le permitiera unirse a mí en matrimonio. Y así fue por voluntad de Dios. Luego mi madre volvió al seno del Señor entre muestras de gran virtud. En cuanto a mí, expulsado, me trasladé a otro lugar.

Avvakum fue ordenado diácono a los veintiún años y sacerdote dos años después. Lo echaron de la diócesis que se le había confiado por sus homilías encendidas, su rechazo a todo tipo de diversiones -representaciones, recitales de juglares y, por supuesto, la bebida- y su estricta observancia de la liturgia, que preveía oficios de cuatro o cinco horas. En 1647, a los veintisiete años de edad, viajó por primera vez a Moscú, donde conoció al confesor personal del zar, Stepán Vonifatev, el más importante representante del movimiento de renovación religiosa conocido como «los amigos de Dios», así como a Iván Nerónov, y, por mediación de éstos, al propio soberano. Poco después fue nombrado arcipreste de Yurevets-Povolskoi.

En 1653 es detenido por primera vez y llevado al patio del patriarcado, desde donde, «con los brazos a la espalda», lo trasladaron al monasterio de San Andrónico. Una vez allí, lo encerraron en una celda donde pasó tres días sin comer ni beber, cumpliendo con sus oraciones. Entonces surgió ante él una figura, hombre o ángel («todavía hoy no lo sé», nos confía Avvakum). El recién llegado pronunció una oración y le obligó a sentarse. Le puso una cuchara en la mano le dio un mendrugo de pan y un poco de sopa de col y le dijo: «Ahora basta, con eso es suficiente para que te repongas». Y, acto seguido, desapareció. «Las puertas no habían sido abiertas -nos dice el arcipreste-, pero él ya no estaba

En 1653 lo exiliaron a Siberia con su mujer y sus hijos. En Tobolsk, capital de Siberia, permaneció de diciembre de 1653 a junio de 1655. El arcipreste llevó con resignación su exilio, aunque en su manera de pensar y actuar no era menos dogmático que sus antagonistas. Estaba en el bando de los perdedores y los perseguidos y se enfrentaba a una fuerza -la del Estado- a la que no había modo de oponerse.



En 1655 llegó la orden de que lo trasladaran a la Dauria (región remota que se extendía a lo largo de la margen izquierda del río Amur). Mis hijos eran pequeños, no había nadie que pudiera echarme una mano. Así que este pobre arcipreste construyó él solo un trineo y lo arrastró con una correa a lo largo de todo el invierno. Los otros podían servirse de perros; yo, en cambio, sólo tenía a mis dos hijos pequeños, Iván y Prokopi, que tiraban juntos del trineo como dos perrillos. Con ayuda de los niños, construimos un recinto y una choza y encendimos un fuego.

En 1658 navegaron hasta el río Ingoda donde se le murieron dos hijos de corta edad:

No eran mayores, pero eran nuestros hijos. No teníamos dónde guarecerlos. Despojados y con los pies desnudos, vagaban con los demás por los montes y los peñascos afilados, matando el hambre con hierbajos y raíces. 

En 1662 Avvakum recibió orden de regresar a la Rusia habitada. Es cuando Avvakum se entera de los avances imparables de las reformas litúrgicas y se siente abrumado por las dudas, sumido en el desánimo. Viendo su tristeza y desazón, su mujer le consuela y le interroga. Entonces Avvakum le habla en estos términos: «Esposa mía, ¿qué debo hacer? El invierno de la herejía está a las puertas. ¿Debo hablar o callar? Tengo las manos atadas por vosotros». Anastasia le conmina a seguir los dictados de su conciencia, defender sus creencias, exponer ante los hombres la verdadera fe: «Los niños y yo te bendecimos. Ten el valor de predicar la palabra de Dios como antes, no sientas pena de nosotros. Mientras Dios lo permita, viviremos juntos. Y, cuando nos separe, recuérdanos en tus oraciones». «Yo me incliné ante ella -escribe Avvakum- y, sacudiéndome de encima esa triste ceguera, volví a predicar la palabra de Dios como antes, a enseñar en las ciudades y en cualquier lugar, y también a denunciar con audacia la herejía nikoniana».

En febrero de 1664 llega de nuevo a Moscú. El zar en persona lo recibe y lo acoge con buenas palabras y aparente buena voluntad. Es evidente que procura ganarse su favor, reducir su oposición y forzar su sumisión. En esa época, Nikon ya había sido depuesto de su cargo, y Alekséi tal vez pensara que esa novedad facilitaría una reconciliación y la aceptación de las nuevas medidas. Pero para Avvakum no se trataba de una cuestión personal, sino de la alteración de unas tradiciones y usos que él consideraba inmodificables y de la imposición de otros que juzgaba pecaminosos y errados. La reconciliación se reveló tan imposible como antes, cuando Nikon dirigía los designios de la Iglesia. Llegados a ese punto, tanto las autoridades eclesiásticas como el zar procuraron acallarlo mediante la entrega de dinero en metálico, la concesión de prebendas, la escenificación de muestras de buena voluntad. Pero esas medidas conciliadoras no rindieron fruto alguno con el arcipreste. Después de guardar silencio durante un tiempo, Avvakum escribió una carta al soberano. El zar lo mandó llamar y quedaron los dos frente a frente. Se miraron en silencio largo rato y a continuación se separaron. «A partir de ese momento acabó nuestra amistad», apunta Avvakum.

Como consecuencia de esa carta, Avvakum es de nuevo exiliado, esta vez a orillas del río Mezen, en el norte, donde permanecerá hasta 1666. Ese año se celebraba en Moscú un importante Concilio, ante cuyos miembros el arcipreste tenía que presentarse. «Por la mañana me llevaron a la capilla -escribe Avvakum- y los prelados discutieron largo rato conmigo. Luego me trasladaron a la catedral, donde, después del Himno de los Querubines, en pleno oficio, me raparon la cabeza, me afeitaron la barba y me maldijeron. Yo, por mi parte, maldije a los enemigos de Dios.» Cabe recordar aquí el importante simbolismo que encerraba el rapado de la barba. Ya en 1551, durante el Concilio de los Cien Capítulos (Stoglav), celebrado en tiempos de Iván IV el Terrible, se había prohibido que los ortodoxos se cortaran el bigote y la barba, considerándose esa práctica una marca de la herejía latina. Otros de sus compañeros sufrieron peor suerte y, además de quedarse sin pelo, perdieron también la lengua. El zar Alekséi, a quien Avvakum siempre disculpa, le manda un mensaje de aliento, pero Avvakum, escarmentado por tanta persecución y encierro, se limita a recodar un pasaje de los salmos: «No pongáis vuestras esperanzas en los príncipes ni en los hijos de los hombres, porque en ellos no encontraréis la salvación». Lo llevaron al monasterio de San Nicolás de Ugresha, donde lo tuvieron preso del 15 de mayo al 3 de septiembre de 1666. Pero Avvakum no se queja; al contrario, acepta su desgracia con resignación, sometiéndose a los designios divinos: «Nuestro sufrimiento era necesario, no había modo de esquivarlo. Satanás ha obtenido de Dios la Rusia resplandeciente para empaparla con la sangre de los mártires». A continuación lo trasladaron al monasterio de San Pafnuti, «en el que me tuvieron encadenado en una celda durante casi un año». En abril de 1667 lo sacaron del monasterio y lo llevaron a Moscú, donde compareció ante el Concilio el 17 de junio de 1667. En ese Concilio, inaugurado el 1 de diciembre de 1666, se había decidido deponer a Nikon pero al mismo tiempo condenar el ritual antiguo. Los viejos creyentes ya no eran simples opositores, en cierto modo tolerados, sino cismáticos recalcitrantes, y, por tanto, a partir de ese momento serían perseguidos, acosados, exterminados.

Una vez consumada la derrota, Avvakum fue conducido al que sería su último lugar de exilio, Pustoziorsk, en el extremo Norte, donde viviría desde 1667 hasta el 4 de abril de 1682, fecha en que sería quemado en la hoguera. En cuanto a sus hijos Iván y Prokopi, fueron condenados a muerte, pero ambos se arrepintieron y lograron que la pena se les conmutara por otra acaso no menos terrible: los encerraron en un sótano oscuro y desnudo, en compañía de su madre. Cuando se enteró de la noticia, Avvakum, decepcionado, escribió: «¡Eso es lo que habéis obtenido! Una muerte sin muerte».

En abril de 1670 se leyó a los prisioneros una misiva en la que se aseguraba que sólo obtendrían el perdón del zar si se avenían a hacer la señal de la cruz con tres dedos. Como los prisioneros se negaron, les cortaron las manos y la lengua. El único que se libró del suplicio, sin duda por intervención del zar, fue el propio Avvakum. Así relata el arcipreste los hechos: Luego cogieron al pope Lazar y le cortaron la lengua entera, desde la garganta. Goteó un poco de sangre, pero luego la hemorragia cesó. En ese momento se puso a hablar incluso sin lengua. A continuación metió la mano derecha en el cepo y se la cortaron a la altura de la muñeca, y la mano cercenada, que yacía en tierra, juntó por sí sola los dedos y conformó la señal de la cruz según la tradición... Yo mismo me asombré: una cosa inanimada que obedecía a los seres animados. Habló distintamente [Lazar] por espacio de dos años, como si tuviese lengua; al cabo de ese tiempo, oh milagro, le creció otra, del mismo tamaño, aunque un poco más roma, y de nuevo volvió a hablar sin parar, alabando a Dios y vituperando a los apóstatas.

En los últimos tiempos la oposición de los viejos creyentes se había vuelto demasiado peligrosa. En 1682 llegó a Pustoziorsk la orden de que se pusiera fin a la vida de Avvakum y sus compañeros. 


Así relata Pierre Pascal los últimos instantes de la vida del arcipreste: El viernes santo, 14 de abril de 1682, en la plaza de Pustoziorsk, aún cubierta de hielo, levantaron un tosco armazón de troncos, que rodearon con brazadas de paja, ramas de abeto y cortezas de abedul. Toda la población de la triste aldea estaba presente, como mandaba el ukaz. Los condenados cantaban sus oraciones. El arcipreste había pronunciado su última bendición. Todos se habían deseado la paz. Una vez en el cadalso, levantaron la mano derecha, los dedos unidos según la tradición, al tiempo que gritaban al pueblo: «¡Ésta es la verdadera cruz y por ella morimos! ». Un arquero prendió fuego a la pira. Aún envuelto en llamas, Avvakum seguía exclamando: «Hermanos, rezad siempre con esta cruz y no moriréis. ¡Si alguna vez la abandonáis, estaréis perdidos!». Luego, una vez apagado el fuego, los curiosos se acercaron para reconocer los restos calcinados de los mártires.

Cada vez más hostigados y perseguidos, los seguidores de los viejos ritos se fueron desplazando a regiones remotas y alejadas de los centros del poder. Convencidos de que se había iniciado el reinado del Anticristo (entre otras cosas el Concilio se había celebrado en 1666 y el número de la Bestia era el 666), los fieles se dispusieron a esperar el fin del mundo, que suponían inminente e inevitable. Los miembros más exaltados e impacientes de la comunidad decidieron adelantar el momento de su muerte, pues la vida se les había vuelto insoportable en ese mundo dominado por las fuerzas del mal. Desesperados, organizaron holocaustos en masa donde perecieron, en interiores de iglesias, en piras gigantescas, entre ríos de sangre y flamear de llamas, decenas de miles de viejos creyentes. «Unos se ahogaban, otros se apuñalaban o se enterraban vivos o bien se prendían fuego -escribe Pia Pera (I vecchi credenti e l'Anticristo). En 1672 casi dos mil viejos creyentes se sacrificaron en Nizhni Nóvgorod. Entre 1675 y 1691 se inmolaron cerca de veintiún mil viejos creyentes».

Pero va pasando el tiempo y el fin del mundo no llega. Y a los seguidores de la vieja fe se le plantean complicaciones y contratiempos insolubles. A las pocas décadas de la muerte de Avvakum, los cismáticos se quedaron sin sacerdotes que hubieran sido ordenados de acuerdo con el rito tradicional. ¿Cómo administrar, entonces, los sacramentos?. No podían recurrir a los sacerdotes y obispos ordenados después de las reformas nikonianas, pues eran seguidores del Anticristo, ministros de las fuerzas oscuras. Los desafíos propiciados a una congregación de fieles sin pastor produjeron una escisión en las filas de los viejos creyentes, que a su vez fue origen de las decenas de sectas en que acabó pulverizándose el movimiento cismático. Una parte de los viejos creyentes decidió, al fin, recurrir a sacerdotes que hubieran renegado de las reformas litúrgicas o llamar a religiosos ordenados en otras tierras. Son los llamados «sacerdotales» (popovtsi). Los que decidieron organizar la vida de la comunidad sin ningún tipo de jerarquía eclesiástica se conocen como «asacerdotales» (bezpopovtsi).

Así describe Pierre Pascal, después de visitar una capilla de asacerdotales, la desesperada situación de los seguidores del rito antiguo:

Toda alma cristiana debe amar ese olvido del mundo, esa armonía entre hombres, lugares y cantos, esa seriedad, esos escrúpulos de fidelidad, esa aparente verdad integral. ¡He ahí la auténtica Iglesia rusa! Pero detrás del iconostasio no hay altar, el lugar santo está vacío. Se recitan las horas, ¡pero jamás se celebra misa! Y sin embargo, estas personas no son protestantes, que niegan la transustanciación y declaran que pueden prescindir de los sacerdotes, comulgar directamente con Dios. Al contrario, creen necesario el sacerdocio. Pero ni lo tienen ni pueden tenerlo: han perdido la gracia. Y así, esperan como buenamente pueden, con soluciones imperfectas, el fin del mundo. ¿Cabe mayor desesperación?.

Las persecuciones de que fueron objeto los viejos creyentes no se mitigaron un tanto hasta los tiempos de Pedro el Grande. No es que el poderoso zar sintiese simpatía por su causa -al contrario, su desprecio era infinito-, pero con su proverbial espíritu pragmático descubrió que podían ser una cuantiosa fuente de ingresos. Como el resto de la población, debían pagar un impuesto por llevar barba; pero, además, estaban sujetos a una doble imposición. Con eso no acababa la discriminación: no podían ejercer ninguna función pública ni testificar contra los ortodoxos, debían llevar un traje ridículo, con un cuadrado rojo orlado de amarillo a la espalda, y estaban obligados a entregar un tributo con ocasión de cada nacimiento, boda o entierro, así como a denunciar a todos sus correligionarios no registrados.

También con Catalina II los viejos creyentes disfrutaron de cierta tolerancia, pero la situación volvió a empeorar a principios del siglo XIX, con la subida al trono de Nicolás I.

Según las cifras proporcionadas por Geoffry Hosking en Russia: People and Empire, «a principios del siglo XX, unos doscientos cincuenta años después del inicio del cisma, los viejos creyentes contaban con diez o doce millones de seguidores, es decir, entre una quinta y una cuarta parte de todos los rusos adultos».

Con la llegada de tiempos más favorables y la toma de medidas más conciliadoras por parte de las autoridades civiles -no de las eclesiásticas-, algunos acabaron fundando importantes estirpes de comerciantes y agricultores ricos, cuyos vástagos dedicaron gran parte de su tiempo y de su fortuna a reunir importantes colecciones de arte.

Para Rusia las consecuencias del cisma fueron graves y diversas, y terminaron afectando no sólo a los cismáticos, sino al conjunto de la población. Con el paso del tiempo la brecha que separaba a las clases populares de las capas educadas, a los campesinos incultos de las poblaciones urbanas, fue haciéndose cada vez más profunda, y acabó cristalizando, ya en pleno siglo XIX, en esa división de las elites intelectuales entre occidentalistas y eslavófilos. Como comenta con acierto Pierre Pascal: «Después de Nikon, Rusia ya no tiene Iglesia. Tiene una religión de Estado. De ahí a la religión del Estado no hay más que un paso. La religión del Estado ha sido instaurada por el poder que en 1917 ha sucedido al imperio».


MAG/27.02.2015

lunes, 23 de febrero de 2015

Miguel I de Rusia, primer zar de la dinastía Románov

Miguel I de Rusia (Mijaíl Fiódorovich Románov) (Михаи́л Фёдорович Рома́нов) (12 de julio de 1596 - 12 de julio de 1645) fue el primer zar de Rusia de la casa de Románov.



Anastasia Románovna Zajárina, primera esposa del zar Iván IV el Terrible, era hija del boyardo Román Zajarin, el cual le dio nombre a la dinastía monárquica de los Románov. El hermano de Anastasía, Nikita Románovich Zajarin-Yúriev, fue el padre de Fiódor Románov, el primero en tomar el apellido Románov, y abuelo de Miguel I de Rusia. Esta relación con la dinastía Rúrik posibilitó la elección de Mijaíl Fiódorovich para el trono de Rusia, después de los Tiempos Turbios.

En 1600 el zar Borís Godunov obligó a tomar los votos con el nombre de Filaret a Fiódor Románov, su principal rival al trono ruso, acusándolo de conspiración y recluyéndolo en el monasterio Antónievo-Siyski. Más tarde, Filaret es hecho prisionero por los polacos, cuando formaba parte de una delegación rusa. La esposa de Fiódor Románov, Ksenia Shestova, fue enclaustrada en el monasterio de Kóstroma con el nombre de Marta. Miguel, todavía un niño de cuatro años, acompañó a su madre al monasterio.

En 1612 el trono de Rusia está vacante, circunstancia que aprovechan Suecia y Polonia para apoderarse de Karelia, Nóvgorod y Smolensk, además de los territorios adyacentes. Los campesinos, huyendo de los invasores, abandonan sus campos y se desplazan a Moscú en busca de refugio. Sólo se aran un 10 % de las tierras, lo que origina una gran hambruna diezmando la población. 

Rusia está al borde del colapso y el Zemski Sóbor (Asamblea Nacional) convoca a casi un millar de sus miembros (nobles, clérigos, funcionarios, mercaderes y campesinos) para elegir al zar. Tras debates extenuantes el 3 de marzo se alcanza el acuerdo de proponer que suba al trono el joven de 16 años Mijail Románov. 

El Zemski Sóbor envía desde Moscú una delegación de embajadores al monasterio de Kóstroma, portando el icono de Nuestra Señora de Fiódor para, arrodillándose ante la monja Marta, pedirle permita que su hijo, el joven Mijail, acceda al trono para salvar a Rusia impidiendo que ésta vuelva a los Tiempos Turbios. 



Finalmente madre y hijo se pliegan a la petición del Zemski Sóbor, pero en tan ruinoso estado se encontraba Moscú por aquel entonces que Miguel debió esperar durante varias semanas en el Monasterio de Tróitsa, distante 122 km de la capital, hasta que se le pudo preparar un alojamiento adecuado a la dignidad de un zar. Fue coronado el 22 de julio de 1613 en la Catedral de la Dormición del Kremlin de Moscú.

Sin embargo, todavía se postulaban tres pretendientes al trono de Moscú: el rey sueco Carl Philipp, el príncipe polaco Wladislaw y un niño de tres años, Iván Zaratskiy, hijo de Marina Mniszech y del falso Dmitri II. Un ejército de 3 000 cosacos apoyando al joven Iván, atacan Moscú pero son derrotados por las tropas del zar Miguel I. Los cabecillas son ejecutados ante una gran multitud frente a las puertas de Serpukhov en Moscú. El Zemski Sóbor, convertido en el órgano consultivo superior de Rusia por decisión del zar, recomienda la ejecución del niño para evitar que Rusia vuelva a los Tiempos Turbios. Miguel I tiene que aceptar la decisión del Zemski Sóbor,‘aunque el pecado manche su alma’. 

Las tropas suecas asedian Pskov, pero Mijail Románov consciente de que sus tropas no pueden luchar contra el ejército más poderoso de Europa, envía a sus diplomáticos a negociar la paz. En febrero de 1617 se firma el Tratado de Paz de Stolbov, por el que Rusia recupera Nóvgorod y sus territorios colindantes. 

Ahora son los polacos los que se dirigen a Moscú para derrocar al zar Miguel I y sentar en el trono al todavía pretendiente el príncipe Wladislaw. Avanzan las tropas polacas hasta la muralla de la Ciudad Blanca del Kremlin (hoy Avenida Circular). Espías rusos averiguan que los polacos han excavado un túnel bajo las Puertas de Arbat. El Zemski Sóbor insta al zar a que abandone Moscú para salvar su vida, pero Mijail Románov rehusa. Ordena reunir un gran destacamento y esperar. Su interés no es sólo por Rusia sino también personal, pues sabe que su padre está en manos de los polacos y que si él abandona Moscú, perdería el trono y nunca volvería a ver a su padre. Continuó luchando contra las tropas polacas a pesar de que sufría pérdidas importantes. Necesita una tregua y la consigue por 14 años y medio con el Tratado de Déulino el 1º de diciembre de 1618. 

Rusia recuperó las tierras desde Vyazma a Chernigov, y consiguió que los prisioneros en manos enemigas regresaran a Rusia, entre ellos su padre, pero quedaron muchos puntos pendientes entre ambos países, entre ellos que Wladislaw no renunció a sus pretensiones de ocupar el trono ruso ni la devolución de Smolensk. Pero Rusia estaba arrasada y no podía soportar la guerra. Necesitaba un respiro para reconstruir lo destruido en los últimos doce años.

A los diez días de la vuelta de su padre, Miguel I lo nombra patriarca de Moscú y de toda Rusia. A partir de ese momento padre e hijo gobiernan Rusia. La influencia de la madre, autoritaria y poderosa, comienza a disminuir. 

El zar cumple 20 años y es tiempo de buscarle esposa para asegurar la permanencia de la nueva dinastía Románov. Su madre le busca una novia, que su hijo rechaza y elige a Masha Khlopova, hija de uno de sus vigilantes en el exilio. Se anuncia el compromiso y Masha es alojada en las dependencias de palacio. Se encarga a los hermanos Saltykov, parientes de la madre del zar, la custodia de Masha. Poco antes de la ceremonia nupcial la novia cayó enferma. Los Saltykov convocan a un consejo de médicos extranjeros que diagnostican una grave enfermedad incurable. El pueblo acusa a la madre del zar y Masha Khlopova, acompañada por los hermanos Saltykov, es enviada a Siberia. Una investigación culpó a los Saltykov y son exiliados a sus tierras.

Tras este fracaso, las intenciones de boda quedan abandonadas por largo tiempo. Sin embargo, cuando Miguel I cumple 28 años, los Románov empiezan a preocuparse. Una vez más su madre le presenta una candidata, Maria Dolgorukova, que Mijail acepta sin gran entusiasmo. Poco tiempo después Maria enferma y muere, se cree que envenenada, a los tres meses. Miguel I expulsa a su madre de la corte y y comienza a elegir esposa. Había miles de candidatas que un grupo de médicos y nobles examina hasta reducir la lista a diez candidatas que son presentadas al zar. Finalmente elige a Evdokia Streshneva, que no había participado en la elección pues era doncella de una de las candidatas. Esta vez el zar no anuncia el nombre de la novia y ésta se aloja en palacio sólo tres días antes de la boda. La zarina, la cenicienta Evdokia, es amable y amada por el pueblo. Le da al zar 10 hijos de los que sobreviven 4, tres hijas y un varón, Alexei.

La paz y la armonía reinan, por fin, en el corazón de Miguel I y de Rusia. Es el momento de recuperar los territorios perdidos durante los Tiempos Turbios. A tal fin, el zar acomete una reforma y modernización de su ejército siguiendo los modelos europeos. Con poca experiencia todavía sus tropas atacan Polonia sin demasiado éxito. En 1634 se firma la Tregua de Polyana por la que Rusia recupera todos los territorios a excepción de Serpeysk y Wladislaw renuncia a sus pretensiones al trono ruso, mediante el pago de 20 000 rublos en oro.

Mijail concentra sus esfuerzos en mejorar la situación interna del país e invita a especialistas alemanes, ingleses y holandeses. Un grupo de geólogos ingleses hace prospecciones en busca de hiero y cobre. Ocho años más tarde se inaugura la primera planta de fundición en los Urales. Y poco después de cobre. Con apoyo holandés, se levanta una fábrica de armas para uso interno y para la exportación a los países más avanzados en Europa.

Después de 30 años de destrucción y amargura, Rusia recuperó su economía. El zar sube el sueldo medio a 3 kopecs al día que permite comprar 3 pollos o 45 huevos o 1,5 kg de salmón. 

Rusia empieza a ganar peso en el extranjero como lo demuestra el regalo de un trozo de la Sábana Santa que el sha de Persia Abbas I hizo al patriarca Filaret, quien ordenó una semana de ayuno y acercó la túnica los enfermos, curándose milagrosamente 67 personas. 

A fin de restaurar la biblioteca del zar, destruida en los Tiempos Turbios, Filaret ordena buscar libros en los monasterios que son copiados en palacio. En 1621 se inició la publicación del primer periódico ruso.

Miguel I no pudo concertar el matrimonio de su hija, Irene de Rusia, con el conde Valdemar Christian de Schleswig-Holstein, un hijo morganático del rey Christian IV de Dinamarca, por el rechazo de este último a aceptar la fe ortodoxa. Esta ruptura le afectó y contribuyó a su muerte, el 12 de julio de 1645 en su 49º cumpleaños. Fue enterrado en la Catedral del Arcángel Miguel del Kremlin de Moscú. 

El compositor Mikhail Glinka dramatizó en su ópera 'Una vida por el zar' la ascensión al trono de Miguel I.


MAG/23.02.2015


domingo, 15 de febrero de 2015

Borís Godunov

Borís Fiódorovich Godunov (Борис Фёдорович Годунов) (c. 1551 — 13 de abril de 1605) fue regente de facto de Rusia desde 1584 a 1598 llegando a ser, desde 1598 a 1605, el primer zar no perteneciente a la dinastía Riúrik.



Miembro de familia noble tártara Saburov-Godunov, que emigró en el siglo XIV desde la Horda de Oro a Moscovia, Borís se unió a la Opríchnina, casándose con María Grigórievna, hija de Maliuta Skurátov, uno de los líderes más odiados de la Opríchnina, el cual alcanzó importancia en 1569, por haber tomado parte en el proceso y ejecución de Vladímir de Stáritsa, el único primo de Iván el Terrible y posible pretendiente al trono. La hija pequeña de Maliuta Skurátov, Ekaterina Grigórievna, envenenó a Mijaíl Skopín-Shuiski, y se casó con el príncipe Dmitri Shuiski, hermano menor de Basilio IV, último zar de la dinastía Riúrik, tras el asesinato de Dmitri I ‘El Falso’.  

Tras el matrimonio de su hermana con el hijo del zar, Fiódor Ivanovich, Borís Godunov fue el  confidente favorito del zar en último año de vida de éste. Gravemente enfermo el zar, nombró a Borís regente de Fiódor, quien subió al trono como Fiódor I Ivanovich (1584-1598) a la muerte de su padre.

Fiódor, debido a sus problemas de salud física y mental, era incapaz de gobernar por lo que se estableció en torno a él un grupo de consejeros y guardianes, entre los que se encontraban los Románov y Borís Godunov, quien pronto se convirtió  de hecho en el hombre más poderoso de Rusia.

Boris Godunov emprendió la tarea de cohesion del país, debilitando  la todavía pujante aristocracia de los boyardos con el apoyo de la Iglesia. Jugó un importante papel en la creación de un patriarcado autocéfalo y en 1589 el metropolitano Job fue nombrado patriarca de Rusia, con lo que el país aumentó su prestigio.

Muy autocrático, fue el primer gobernante ruso que utilizó Siberia como lugar de destierro para exiliados políticos. Impulsó la construcción de ciudades como Belgorod y fortalezas como la de Voronezh. En Moscú llevó el suministro de agua desde el río Moscova. En política exterior supo aprovechar la complicada situación interna en Suecia para firmar un tratado de paz recuperando los territorios perdidos en anteriores batallas.

Con la muerte sin descendencia del zar Fiódor I en 1598, la ambición y el instinto de supervivencia empujaron a Boris a apoderarse del trono. De no haber tomado dicha iniciativa, es probable que su destino hubiera sido quedar confinado en un monasterio. Su elección fue propuesta por el Patriarca Job de Moscú, quien tenía la convicción que Borís poseía las cualidades apropiadas para poder gobernar en medio de las extremas dificultades de la situación existente. Borís solo aceptó el trono cuando se lo ofreció la Zemsky Sobor, o asamblea nacional, que lo eligió por decisión unánime. El 1º de septiembre Borís fue coronado zar en una ceremonia solemne. Una de sus primeras medidas fue desterrar a los Románov, sus principales rivales.

Borís entendió la necesidad que tenía Rusia de crecer y alcanzar el progreso intelectual existente en Europa, y por ello fomentó numerosas reformas sociales y educativas. Fue el primer zar que importó gran cantidad de maestros extranjeros, fundando una escuela, iniciativa muy criticada por la Iglesia ortodoxa rusa. Borís fue el primero en enviar jóvenes rusos a recibir educación en otros países, y el primero en permitir que se construyeran iglesias luteranas en Rusia. Borís fomentó también el comercio de los mercaderes ingleses con Rusia, al eximirlos del pago de impuestos.

En 1601 comienza el período de desgracias para Borís Godunov. Tres años seguidos de malas cosechas, causados por heladas e inundaciones, llevan a Rusia a una hambruna. El zar ordena mantener el precio del grano, pero es desobedecido y el precio se multiplica por cien. Abre los graneros del Estado para los más pobres. En cuanto se enteran de las ayudas del zar, campesinos de toda Rusia dejan sus casas, abandonan sus escasa reservas y se encaminan hacia Moscú. No son suficientes los recursos para todos y durante el año 1604 no menos de cien mil personas mueren de hambre en Moscú. El pueblo corre la voz de que el acceso al trono de Borís Godunovv fue ilegal y que Dios los está castigando.

Rusia entró en un período de gran convulsión social. Y a fin de asegurar la mano de obra necesaria en un momento de crisis demográfica, reconoció a los terratenientes el derecho de persecución durante cinco años sobre los campesinos fugitivos y retiró a éstos el derecho a cambiar de amo, con lo que prácticamente quedaron vinculados a la tierra.

Corren rumores de que Dmitri, hijo de Iván IV el Terrible, está vivo y que va recuperar el trono.
Tres fueron los impostores que lo reclamaban, durante la época de inestabilidad, que va desde 1598 hasta 1613, también conocida como Tiempos Turbios (Смутное время). En 1604 el Falso Dmitri reunió en Polonia miles de seguidores que se dirigieron a Moscú con la intención de derrocar al zar. En las afueras de la capital las tropas de Borís los derrotaron con facilidad.

El zar murió de repente en Moscú el 23 de abril de 1605 en plena guerra civil y el hijo de Borís Godunov, Fiódor, un joven inteligente y educado, es nombrado zar.



Unos meses más tarde, Dmitri I el Falso organiza un golpe de estado en Moscú y se apodera del trono. Ordena la muerte del joven zar Fiódor II y de su madre. A su hermana, Kenia, le perdona la vida pero la obliga a convertirse en su concubina.

La personalidad de Borís Godunov inspiró a numerosos artistas como Aleksandr Pushkin con el drama del mismo nombre, al compositor Modest Musorgski y al cineasta Sergei Bondarchuk.



MAG/15.02.2015

sábado, 7 de febrero de 2015

El Metropolitano Macario, mentor de Iván IV el Terrible



Tratando de complementar tangencialmente las detalladas explicaciones del profesor Abella sobre tan complejo y trascendental personaje para la historia de Rusia como fue Iván IV Vasílievich, más conocido como Iván el Terrible, Gran Príncipe de Moscú a los tres años de edad y primer Zar de Rusia desde 1547 a 1584, subo hoy al ‘blog’ unas pinceladas biográficas de quien quizás ejerció más influencia sobre Iván IV. Me refiero al clérigo Macario (Макарий) (1482 – 1563), escritor, pintor de iconos y Metropolitano de Moscú desde 1542 al 1563.

Macario, cuyo nombre secular era Miguel (Mikhail), se hizo monje en el monasterio de S. Paphnutius en Borovsk, donde sirvió como lector, subdiácono, diácono y sacerdote. Se posicionó  claramente junto a los seguidores, mayoritarios en la Iglesia rusa, de Iosif Volotski (Ио́сиф Во́лоцкий), los ‘poseedores’.

En 1523 fue nombrado archimandita de un monasterio en Mozhaisk, donde tuvo la oportunidad de conocer al Gran Príncipe de Moscú, Basilio III, y, situándose una vez más a favor del poderoso, apoyó el divorcio de Basilio III de su esposa Solomina Saburova, bendiciendo su segundo matrimonio con Elena Glinskaya. poseedora de una gran fortuna como hija del Príncipe lituano Vasili Lvóvich Glinski y de la Princesa Ana de Serbia.

En 1526 Macario fue promovido al Arzobispado de Nóvgorod, desde donde adoptó una política promoscovita. Envió misioneros a evangelizar las tribus finougrias a orillas del río Neva, de los lagos Ladoga y Ónega hasta la península de Kola.

En 1541 Macario y sus compañeros culminaron la primera edición de su gran obra hagiográfica Velikie Minei-Chetti, compuesta por 12 volúmenes relatando las vidas de los santos rusos. Dio comienzo también al Libro de Genealogía Real que trazaba los antecesores de Iván IV el Terrible hasta un ficticio hermano de César Augusto de nombre Prus. Obras de arte de Macario son los iconos del pequeño iconostasio de la catedral de la Santa Sabiduría de Nóvgorod.

Tras asegurarse el respaldo del poderoso Príncipe Andrei Shuisky del clan de los boyardos, que durante la adolescencia de Iván habían asumido la regencia del gobierno, Macario fue elegido Metropolitano de Moscú y de toda Rusia en 1542. Sin embargo, la falta de consideración de la Duma de los boyardos a los dignatarios de la Iglesia, envenenó las relaciones entre aquéllos y Macario escapó de una muerte segura en el incendio del Kremlin de Moscú en 1544.

Una vez más su actitud independiente hizo que se uniese a aquellos que desplazaron del gobierno a los Glinskys, de la familia de la princesa Elena Glynskaya, a quien en su día apoyó. Se convirtió en uno de los consejeros más próximos de Ivan, organizando la coronación de éste como zar el 16 de enero de 1547. En el mismo año, bendijo el matrimonio del zar con Anastasia Románovna Zajárina, hija del boyardo Román Zajarin, quien dio nombre a la dinastía monárquica de los Románov, 

Bajo la influencia de Macario, Iván IV apoyó sin fisuras la civilización autóctona, evitando en lo posible toda influencia extranjera. El Metropolitano le recordaba al Zar que, como descendiente de los emperadores romanos, Moscú era la tercera Roma, tras la caída de Constantinopla.



Desde 1547 hasta 1550 Macario, procurando la conciliación entre los distintos grupos de boyardos, participó activamente en el Zemski Sobor o Asamblea de la Tierra, primer parlamento ruso integrado por la nobleza y los altos funcionarios (incluyendo a los boyardos de la Duma), el santo Sobor o alto clero de la Iglesia y los representantes de los comerciantes y habitantes de las ciudades. El Zemski Sobor podía ser convocado por el Zar, por el Patriarca de la Iglesia o por los boyardos de la Duma.

En 1551 fue convocado, por iniciativa del gobierno, el Stoglavi Sobor o Sínodo de los cien capítulos, al que asistieron el zar Iván IV, el Metropolitano Macario y representantes de la Duma de los boyardos. Sus conclusiones conformaron un Código canónico, con el quedaron unificadas las obligaciones y ceremonias de la Iglesia rusa, se crearon seminarios para la formación del clero, se modificaron ciertos aspectos de la liturgia, se prohibió la polifonía en los cánticos y se estableció el control sobre escritores e iconógrafos. Tanto en este Sínodo como en los siguientes, conocidos como Sínodos de Macario, la Iglesia rusa canonizó a 39 santos. 

En 1559 Iván el Terrible inició su campaña contra el janato de Kazán, dejando a Macario al cargo del gobierno durante su ausencia de Moscú. En ese tiempo Macario desarrolló una intensa actividad diplomática enviando mensajeros al extranjero en búsqueda de nuevos acuerdos de toda índole. Se pintaron por decisión suya la catedral de San Basilio y la Cámara dorada del Kremlin. 

En los últimos años de subida, Macario abandonó los asuntos del gobierno y se dedicó a supervisar la impresión del Libro de Genealogía Real y a la renovación de iconos en Moscovia.

Falleció el 12 de enero de 1563, siendo enterrado en la catedral de la Dormición del Kremlin moscovita. Macario fue canonizado por la Iglesia rusa en 1988. Su icono cuelga sobre el arco de entrada al Archivo de la Federación Rusa de Documentos Antiguos en Moscú.



Tras la muerte de su mentor, Macario, Iván el Terrible creó una poderosa milicia de guardia personal, los Oprichnik con todos los poderes para perseguir y eliminar a los crecientes enemigos de su poder absoluto. Estos pretorianos cumplieron la orden de Iván IV de dividir a Rusia en dos mitades, una para los siempre revoltosos boyardos y la otra una exclusiva y extensísima posesión personal del Zar. A pesar de este reparto, sus muchos enemigos no se sintieron satisfechos, obligándole a guerrear y perseguir a los descontentos. Serán siete años de crueldades sin fin.


MAG/08.02.2015