sábado, 3 de enero de 2015

Temujin / Gengis Kan


Temujin, quien estaba llamado a forjar el más vasto imperio que ha conocido la humanidad nació en 1162, Año del Caballo, en las desoladas estepas de Mongolia, allí donde el frío y el viento hacen a los hombres duros como el diamante, insensibles como las piedras y tenaces como la hierba áspera que crece bajo la nieve helada. El niño tenía en la muñeca una mancha encarnada, por lo que el chamán pronosticó que sería un famoso guerrero.

Yesugei, padre de Temujin, miembro del clan real borjigin, que había dominado la Mongolia oriental hasta que fue prácticamente aniquilada por los tártaros a mediados del siglo XII, fue elegido como jefe de las tribus del suroeste del lago Baikal, logrando reunir bajo a su mando a unas cuarenta mil tiendas.

Temujin tenía nueve años cuando su padre, según la costumbre mongola, lo llevó consigo en una larga marcha para buscarle esposa. Atravesaron las vastas estepas y el desierto de Gobi, y llegaron a la región donde vivían los chungiratos, lindando con la muralla china. Allí encontraron a Burte, una niña de su edad que, según la tradición, sería «la esposa madre que le fue entregada por su noble padre».

El destino de Temujin sufrió un grave revés cuando Yesugei, su padre, murió envenenado por los tártaros. Tenía entonces trece años y tuvo que asistir a la ruina de los suyos, ya que las tribus que se habían reunido alrededor de su padre comenzaron a desertar, pues no querían prestar obediencia a una mujer ni a un muchacho. Pronto la madre de Temujin, la favorita Oelon-Eke, se vio sola con sus hijos. Tenían que reunir ellos mismos el mermado rebaño que les quedaba, y comer pescado y raíces en lugar de la dieta habitual de carnero y leche de yegua.

La situación se agravó aún más cuando la familia se vio atacada por el jefe de la tribu de los taieschutos, Tartugai, quien le condujo a su campamento amordazado por un pesado yugo de madera al cuello y vendado por las muñecas para ser vendido como esclavo. Temujin pudo liberarse una noche: derribó a su guardián y le aplastó el cráneo con el yugo, y se escondió en el cauce seco de un arroyo del que no salió hasta el amanecer. Después de convencer a un cazador errante para que le liberase del yugo y le ocultase por un tiempo prudente, Temujin pudo regresar a su campamento. Esta hazaña le dio gran fama entre los demás clanes, y de todas partes comenzaron a llegar jóvenes mongoles para unirse a él.

El joven Temujin encontró refugio entre la tribu de los keraitos, un pueblo turcomongol que contaba con muchos cristianos nestorianos y musulmanes. El jefe de los keraitos, Toghrul, puso a su disposición una tropa numerosa para atacar a los merkitas, tribu del norte de Mongolia, en castigo por haber raptado a Burte, mujer de Temujin. Tras vencer a los merkitas, Temujin ya no se encontró solo: tribus enteras se unieron a él. Su campamento crecía día a día y a su alrededor se forjaban ambiciosos planes, como el de hacer la guerra a Tartugai. En 1188 logró reunir un ejército de 13.000 hombres para enfrentarse a los 30.000 guerreros de Tartugai, y los derrotó cómodamente, señalando así el que sería su destino: luchar siempre contra enemigos muy superiores en número y vencerlos.

Dueño y señor de la estepa, Temujin vuelve a establecerse en los territorios de su familia, donde todas las tribus que a la muerte de su padre le habían abandonado lo reconocen ahora como único jefe legítimo proclamándolo Gengis Kan (Príncipe Universal) en una gran asamblea de príncipes mongoles a orillas del río Onón en 1206, Año de la Pantera.  A su lado, en la ceremonia de coronación, estaban su esposa Burte y los cuatro hijos varones que habla tenido con ella: Yuci, Yagatay, Ogodei y Tuli. 

Tras haber unificado las tribus mongolas y turcomongolas del Gobi bajo su mando y reorganizado su ejército según la división decimal de unidades de combate, consideró llegado el momento de acometer su empresa más ambiciosa: la conquista del mundo. Los pueblos que no se le sometían eran derrotados en el campo de batalla y empujados hacia la selva o los desiertos, y sus propiedades repartidas a manos de los vencedores. Así la fama de los mongoles eclipsó la de todas las demás tribus, expandiéndose hasta los confines de las estepas. 

Con los suyos, Temujin era también inexorable y despiadado como la estepa y su terrible clima. Invariablemente mataba a cuantos pretendían compartir con él el poder o simplemente le desobedecían.Tal fue el caso de Jamuka, su primo y compañero de juegos en la infancia, con quien había compartido el lecho en los días de adversidad y repartido fraternalmente los escasos alimentos de que disponían. Disconforme con su papel de subordinado, Jamuka le plantó cara proclamando que en la Tierra sólo existe un Sol y, tras diversas escaramuzas, se refugió en las montañas seguido únicamente por cinco hombres. Un día, cansados de huir, sus compañeros se arrojaron sobre él, le ataron sólidamente a su caballo y le entregaron a Temujin. Cuando los dos primos se encontraron, Jamuka reprochó a Temujin que tratara con aquellos cinco felones que habían osado alzar la mano contra su señor. Reconociendo la justicia de tales críticas, Temujin ordenó detener a los traidores y decapitarlos. Seguidamente, y atendiendo al ruego de su primo de no morir con derramamiento de sangre, dio orden de que lo estrangularan.

Gengis Kan creó un verdadero estado en armas, en el que cada hombre, tanto en tiempos de paz como de guerra, estaba movilizado desde los quince hasta los setenta años. También las mujeres entraban en la organización con su trabajo, y para ello les concedió derechos desconocidos en otros países orientales, como el de propiedad. El fin de dicho andamiaje social y político estaba destinado a lograr el eterno objetivo de los nómadas: apoderarse del imperio chino, detrás de la Gran Muralla.


En el año 1211 Gengis Kan reunió todas sus fuerzas. Convocó a los guerreros que vivían desde el Altai hasta la montaña Chinggan para que se presentaran en su campamento a orillas del río Kerulo. Al este de su imperio estaba China, con su antiquísima civilización. Al oeste, el Islam, o el conjunto de naciones que habían surgido tras la estela de Mahoma. Más a occidente se extendía Rusia, que era entonces un conglomerado de pequeños estados, y la Europa central. Gengis Kan decidió atacar primero China. Atravesó el desierto de Gobi y cruzó la Gran Muralla. Aprovechando que el país se hallaba en guerra civil, se dirigieron contra la China del norte, gobernada por la dinastía de los Kin, en una serie de campañas que terminaron en 1215 con la toma de Pekín.

Gengis Kan dejó en manos de su general Muqali el control de este territorio, y regresó a Mongolia para iniciar la conquista del gran imperio musulmán del Karhezm, gobernado por el sultán Mohamed, que se extendía desde el mar Caspio hasta la región de Bajará, y desde los Urales hasta la meseta persa. En 1220 el sultán moría destronado a manos de los mongoles, que invadieron entonces Azerbayán y penetraron en la Rusia meridional, atravesaron el río Dniéper, bordearon el mar de Azov y llegaron hasta Bulgaria. Cuando ya todo el continente europeo temblaba ante las hordas invasoras, éstas regresaron a Mongolia. Allí Gengis Kan preparaba el último y definitivo ataque contra China. Mientras tanto, otros ejércitos mongoles habían sometido Corea, arrasado el Jurasán y penetrado en Afganistán.

En poco más de diez años, el imperio había crecido hasta abarcar desde las orillas del Pacífico hasta el mismo corazón de Europa, incluyendo casi todo el mundo conocido y más de la mitad de los hombres que lo poblaban. Karakorum, la capital de Mongolia, era el centro del mundo oriental, y los mongoles amenazaban incluso con aniquilar las fuerzas del cristianismo. Gengis Kan no había perdido jamás una batalla, a pesar de enfrentarse a naciones que disponían de fuerzas muy superiores en número. Es probable que jamás lograra poner a más de doscientos mil hombres en pie de guerra; sin embargo, con estas huestes relativamente pequeñas, pulverizó imperios de muchos millones de habitantes.

¿Por qué su ejército era indestructible? Por los jinetes y los caballos tártaros. Los primeros eran capaces de permanecer sobre sus cabalgaduras un día y una noche enteros, dormían sobre la nieve si era necesario y avanzaban con igual ímpetu tanto cuando comían como cuando no probaban bocado. Los corceles podían pasar hasta tres días sin beber y sabían encontrar alimento en los lugares más inverosímiles. Además, Gengis Kan proveyó a sus soldados de una coraza de cuero endurecido y barnizado y de dos arcos, uno para disparar desde el caballo y otro más pesado, que lanzaba flechas de acero, para combatir a corta distancia. Llevaban también una ración de cuajada seca, cuerdas de repuesto para los arcos y cera y aguja para las reparaciones de urgencia. Todo este equipo lo guardaban en una bolsa de cuero que les servía, hinchándola, para atravesar los ríos.

Pero Gengis Kan supo también ganar más de una batalla sin enviar ni un solo soldado al frente, valiéndose exclusivamente de la propaganda. Los mercaderes de las caravanas formaban su quinta columna, pues por medio de ellos contrataba los servicios de agentes en los territorios que proyectaba invadir. Así llegaba a conocer al detalle la situación política del país enemigo, se enteraba de cuáles eran las facciones descontentas con los reyes y se las ingeniaba para provocar guerras intestinas. También se servía de la propaganda para sembrar el terror, recordando a sus enemigos los horrores que había desencadenado en las naciones que habían osado enfrentársele. Someterse o perecer, eran sus advertencias. Los mongoles ejecutaron en algunos casos matanzas masivas entre la población de las ciudades conquistadas, y exhibían los resultados de éstas para hacer cundir el pánico entre los habitantes de otros territorios. Gengis Kan solía tirar los cadáveres de las víctimas de la terrible peste bubónica mediante catapultas en las ciudades enemigas bajo asedio; dando así origen a las primeras armas biológicas.

Al continuar la marcha sus huestes, dejaba a un puñado de sus soldados y a unos cuantos prisioneros ocultos entre las ruinas. Los soldados obligaban después a los cautivos a recorrer las calles voceando la retirada del enemigo. Y así, cuando los contados supervivientes de la degollina se aventuraban a salir de sus escondites, hallaban la muerte. Por último, para evitar que ninguno se fingiese muerto, se cortaban las cabezas. Hubo ciudades en que sucumbieron medio millón de personas.

A consecuencia de las heridas sufridas al caer del caballo, Gengis Kan murió el 18 de agosto de 1227, antes de lograr la rendición china. Tras su desaparición, el imperio mongol por él forjado, que se extendía desde Corea hasta el mar Caspio, se dividió entre sus cuatro hijos, bajo la autoridad del tercero de ellos, Ogodei, quien fue elegido gran kan por la asamblea de príncipes mongoles (1229). Ogodei consolidó las conquistas de su padre, completó la sumisión del norte de China (1234) y Corea (1236), ensanchó el imperio, estableció el protectorado mongol sobre Georgia, Armenia y el Cáucaso y penetró en Rusia y en la llanura del Danubio (1237-1240).

Las tribus mongoles eran ahora un pueblo robusto y disciplinado, con generales y estrategas de talento educados en su escuela. Tras su fallecimiento, el enorme rodillo mongol siguió aplastando gentes y naciones. Sus sucesores dominaron toda Asia, penetraron aún más en Europa y derrotaron a húngaros, polacos y alemanes. Después, el imperio decayó hasta desaparecer.

A pesar de su fama de conquistador cruel y despiadado, Gengis Kan fue un soberano hábil e inteligente, que impuso la paz y el orden en sus dominios, acabó con las seculares rivalidades tribales y el bandolerismo, creó nuevas vías de comunicación, mostró una gran tolerancia por las tradiciones o costumbres de su conquista, siempre y cuando le ofrecieran lealtad, respetó las diferentes creencias de sus súbditos, como el budismo, el taoísmo y el Islam, y, sin saber leer, supo valorar la utilidad del lenguaje escrito.

Gengis Kan reconocía los méritos de su enemigo y no dudaba en introducir sus tecnologías. Reconoció la importancia de los artesanos calificados, y el asesinato de artesanos no mongoles estaba prohibido en su conquista.

Su expedición masiva al oeste rompió las antiguas fronteras de Europa y Asia. La guerra no solamente causó destrucción masiva en muchos países, sino que también reunió a las culturas del oriente y del occidente. Así, la pólvora y el papel moneda chino se extendieron hacia el oeste y la medicina occidental y artículos tejidos se introdujeron en China.

Gengis Kan fue visto como un gran héroe nacional y el fundador del imperio mongol por los mongoles. Sus sucesores expandieron el imperio mongol y lo convirtieron en el mayor imperio continental en la historia. Él es recordado como un emperador decidido y ambicioso de la historia china. En Persia y Europa del Este, fue reconocido como un conquistador terrorífico.



MAG/03.01.2015



No hay comentarios:

Publicar un comentario